Sobre Gustav Flaubert...
Permitidme que emplee el primer par de líneas (algo más, que me conozco...) de esta entrada para pedir disculpas a quien se haya acercado a este blog en los últimos días y lo haya encontrado un pelín descuidado, la cama sin hacer, varias telarañas entre las secciones y un dedo y medio de polvo sobre las letras de los títulos. Mi capacidad de trabajo ha estado por los suelos, sumado esto al hecho de que me han apretado un poco las tuercas en la oficina, ¡sinvergüenzas!, y me han enviado toda una semana a hacer un curso para que sea un experto en mi trabajo ¡más sinvergüenzas aún!, y lo digo en serio...
Dicho esto, hay algo que tengo pendiente y que de hoy ya no pasa.
Unos meses atrás hice caso (suelo hacerlo, la verdad) de una recomendación encontrada en el blog de Antonio Jiménez Morato,”Vivir del Cuento”. No sólo compré el libro “Gustave Flaubert. Sobre la creación literaria: correspondencia escogida”, editado por Fuentetaja (el taller de escritura) del que Antonio hablaba entonces, sino que me puse a leerlo inmediatamente (en lugar de someterlo a la lista de espera, una pila inestable y heterogénea erigida sobre mi mesilla de noche, de la que un libro puede salir si coincide con mi capricho del día, o bien puede pasar a sostener al resto de “pacientes” por un tiempo indefinido). Como esperaba, por lo poco que ya sabía del hombre más allá del escritor, tras las primeras páginas leídas, extractos de su correspondencia personal a lo largo de los años (organizados por temas, para mayor comodidad del lector, cosa que agradecí), me encariñe de Flaubert, me sentí cercano a él, atraído por su sufrimiento, por esa sensación de angustia que padecía ante la creación de su obra literaria, por la lucidez de sus reflexiones. A nadie podría engañar, a estas alturas, si dijera que no disfruté también con el desprecio que mostraba hacia la estupidez de la burguesía, de la sociedad adormecida, del hombre moderno. Sin embrago, calculo que un poco antes de la mitad del libro, el bueno de Flaubert empezó a caerme un tanto gordo. Sin restar por ello nada del valor que le di anteriormente a todo lo que el escritor contaba en sus cartas, la repetición plomiza de sus quejas, constante, pesadísima e ininterrumpidamente egocéntrica, me alejó de él, quizá porque me recordaba demasiado a las peores pulsiones de mi propio subconsciente. A mi parecer, tras bambalinas Flaubert llego a ser demasiado Flaubert, un frasco de esencia de perfume derramado por entero, aplicado a manos llenas, algo a la vez magnífico e insoportable. Y en cambio, qué gran autor, que búsqueda de la perfección literaria, qué obra más insuperable logró dejarnos. ¿Fue su angustia y aflicción, acaso, el tributo que debía pagar para alcanzar la genialidad? Sinceramente, creo que sí. Al igual que otros grandes autores (quizá sea Kafka el ejemplo más conocido), el sufrimiento, el desasosiego interior, el contacto directo y prolongado con uno mismo, con su sujeto, se convierte a la vez en chispa y alimento de las llamas de la creación literaria y del propio infierno del autor. Conocer este lado personal del escritor es, en cierto modo, conocer un poco la profesión, la forma de vida, las pasiones y contradicciones a las que se enfrenta el artista. Me parece muy interesante mirarse en el espejo de otro ser humano en busca de un cierto grado de verdad, en el espejo de otro hombre que sufre y escribe, escribe y sufre por ello... cuánto más si ese hombre es uno de los grandes escritores de todos los tiempos, por mal que le pueda caer a uno, cuánto más si con respecto a nosotros está a años luz en tanto que artista, pero tan próximo como mortal.
Dicho esto, hay algo que tengo pendiente y que de hoy ya no pasa.
Unos meses atrás hice caso (suelo hacerlo, la verdad) de una recomendación encontrada en el blog de Antonio Jiménez Morato,”Vivir del Cuento”. No sólo compré el libro “Gustave Flaubert. Sobre la creación literaria: correspondencia escogida”, editado por Fuentetaja (el taller de escritura) del que Antonio hablaba entonces, sino que me puse a leerlo inmediatamente (en lugar de someterlo a la lista de espera, una pila inestable y heterogénea erigida sobre mi mesilla de noche, de la que un libro puede salir si coincide con mi capricho del día, o bien puede pasar a sostener al resto de “pacientes” por un tiempo indefinido). Como esperaba, por lo poco que ya sabía del hombre más allá del escritor, tras las primeras páginas leídas, extractos de su correspondencia personal a lo largo de los años (organizados por temas, para mayor comodidad del lector, cosa que agradecí), me encariñe de Flaubert, me sentí cercano a él, atraído por su sufrimiento, por esa sensación de angustia que padecía ante la creación de su obra literaria, por la lucidez de sus reflexiones. A nadie podría engañar, a estas alturas, si dijera que no disfruté también con el desprecio que mostraba hacia la estupidez de la burguesía, de la sociedad adormecida, del hombre moderno. Sin embrago, calculo que un poco antes de la mitad del libro, el bueno de Flaubert empezó a caerme un tanto gordo. Sin restar por ello nada del valor que le di anteriormente a todo lo que el escritor contaba en sus cartas, la repetición plomiza de sus quejas, constante, pesadísima e ininterrumpidamente egocéntrica, me alejó de él, quizá porque me recordaba demasiado a las peores pulsiones de mi propio subconsciente. A mi parecer, tras bambalinas Flaubert llego a ser demasiado Flaubert, un frasco de esencia de perfume derramado por entero, aplicado a manos llenas, algo a la vez magnífico e insoportable. Y en cambio, qué gran autor, que búsqueda de la perfección literaria, qué obra más insuperable logró dejarnos. ¿Fue su angustia y aflicción, acaso, el tributo que debía pagar para alcanzar la genialidad? Sinceramente, creo que sí. Al igual que otros grandes autores (quizá sea Kafka el ejemplo más conocido), el sufrimiento, el desasosiego interior, el contacto directo y prolongado con uno mismo, con su sujeto, se convierte a la vez en chispa y alimento de las llamas de la creación literaria y del propio infierno del autor. Conocer este lado personal del escritor es, en cierto modo, conocer un poco la profesión, la forma de vida, las pasiones y contradicciones a las que se enfrenta el artista. Me parece muy interesante mirarse en el espejo de otro ser humano en busca de un cierto grado de verdad, en el espejo de otro hombre que sufre y escribe, escribe y sufre por ello... cuánto más si ese hombre es uno de los grandes escritores de todos los tiempos, por mal que le pueda caer a uno, cuánto más si con respecto a nosotros está a años luz en tanto que artista, pero tan próximo como mortal.
¿Es imperativo separar al hombre de su obra?. Para mí, por un lado, conocer los conflictos del escritor significa realmente profundizar en el leit motiv de su escritura e incluso en las raíces de la literatura con mayúsculas. Flaubert, Kafka, Proust…, la subjetividad de su existencia enriquece, sin duda, su obra literaria; pero también nos enriquece a nosotros en cuanto que lectores, escritores, expedicionarios de la verdad del ser. Sin embargo, he de reconocer que aquí hago frontera con un conflicto moral. Hacer pública la correspondencia de Flaubert (así como con los diarios de Kafka, por ejemplo), supone un cierto grado, nada despreciable, de violación de su intimidad. ¿Hasta qué punto estamos autorizados a ello? ¿Hasta qué punto se puede justificar el querer llegar más allá de donde el propio escritor nos dejaría mirar, si aún pudiera hacerlo? Por ejemplo, en este blog critiqué en su día la decisión de la viuda de Carver de sacar a la luz no sólo textos que el propio Carver no había querido publicar (cada cual tiene sus motivos), sino que algún tiempo más tarde decidió mostrarnos cómo eran sus borradores, cómo eran sus escritos antes de pasar por las manos (la pluma también) del editor.
Esa sensación de ayanador de la intimidad la arrastré durante toda la lectura de las cartas de Flaubert y, sin embargo, cuánto las disfruté...
4 comentarios:
Hola, David:
Si el artista ya está muerto, ¿a quién le puede dañar? Puestos en la balanza, yo creo que pesa más el beneficio de los lectores que el posible o manifiesto pudor del autor.
Ánimo con el blog. Yo lo encuentro limpio y aireado. Da gusto venir de visita. Saludos.
Hola, Arturo.
En cierto modo sí creo que tienes razón, y soy consciente de que la controversia puede resultar absurda; pero también pienso que se debe respetar la obra de un artista tal y como él/ella la concibió. No todo lo que sale la pluma de un escritor es susceptibl de publicación. En este caso, en el de Flaubert, debo decir que el contenido de su corresponencia no degrada en absoluto la figura del autor. Los extractos están muy bien seleccionados. Aun así (y sé que puede resultar un tanto falso, ya que yo no dejé de leer por pudor), hay estratos d ela intimidad que uno sólo revela, por lo general, a sus más cercanos y a su psicoanalista; porque resulta desnudarse demasiado, quizá, porque representan en m,uchos aspectos las luchas más despiadadas entre el Ello y el Superyo. No digo que no resulte atractivo, interesante, pero eso no quita paara que estemos entrando allá donde no nos han invitado.
Por ejemplo, este blog tiene mucho de la incoherencia en el pensamiento, contradicciones, de lo subjetivo sin pulir... pero al fin y al cabo soy yo quien decide exponerse...
Gracias por tus ánimos, compañero.
Un abrazo,
David
No estoy de acuerdo con Arturo. Si hubiéramos respetado tras su muerte la voluntad de algunos artistas, nos hubiéramos perdido unas cuantas obras maestras. Pero creo que a los muertos hay que dejarlos tranquilos, con sus brillos ocultos y con sus ocultas miserias. Los lectores no tienen vela en ese entierro. Saludos.
Es una de las pocas traiciones que justifico. Me temo que los muertos están igual de tranquilos hagamos lo que hagamos, y estoy convencido de que el lector tiene tanta vela en el texto como el autor. A mí me cansa tanto encumbramiento del artista, como si éste no fuera un artesano más, como si la obra empezara y terminara en él. A veces creo que preferiría que volviera a concebirse el arte como antes del Romanticismo. Entonces debía de ser más sencillo escribir, pintar, esculpir... Saludos
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