martes, septiembre 30, 2008

¿Un paso hacia las huelgas en toda Europa?

En la madrugada de ayer, los ministros de Trabajo de la UE aprobaron, por mayoría cualificada, el texto que da luz verde a la ampliación de la jornada de trabajo hasta un máximo de 65 horas semanales. La Comisión Europea lo ha considerado “un paso adelante para los trabajadores” y un refuerzo del papel del diálogo social. Esto, no sólo parece una tomadura de pelo, sino que lo es, y en toda regla.
En caso de que el Parlamento Europeo dé el visto bueno a este acuerdo (que lo dará), cada Estado miembro podrá elevar el máximo vigente, desde las 48 horas actuales hasta las 60, para casos generales, y 65 para casos “especiales”, como son los trabajadores de la sanidad. Con esta directiva algunos Estados miembro buscan la vía para legalizar una situación ya existente en sus territorios, en los que ciertos colectivos trabajan por encime del límite semanal. De esta manera, con lo que será la nueva directiva (esto ya no es posible que se pare a nivel de la Unión Europea), dicho límite “oficial” seguirá siendo el de las 48 horas reconocidas hace 91 años por la OIT, mientras que, de forma individual, cada trabajador podrá pactar con el empresario, con el techo de 60 ó 65 horas, según el caso. Creo que no hay que explicar mucho sobre la aberración contra el derecho social que supone permitir que el trabajador negocie a solas con el empresario, renunciando a los logros conseguidos en materia legal gracias a la lucha colectiva de los trabajadores ¿Desde cuando el trabajador, en solitario, puede comparar su fuerza negociadora con la de un empresario? No es sólo un hecho alarmante, es un acuerdo que abre las puertas a otros posibles retrocesos en este campo. El trabajador ha sido siempre el tronco que alimentaba las calderas de la economía. Ante la escasez de troncos, ahora se nos pide que ardamos de una forma mucho más eficiente y duradera...
¿Esto es un avance? ¿Un paso adelante? En todo caso, y con suerte, un paso en el camino hacia el despertar de la conciencia de clase entre las masas adormecidas.
Por el momento, el gobierno español se ha opuesto a esta directiva; pero es sólo cuestión de tiempo verlo ceder ante las presiones de los empresarios.
¿Para cuando las huelgas?

miércoles, septiembre 24, 2008

Contradicciones

Leía ayer, en El País, que la editorial Acantilado pondrá a la venta, a partir del 27 de septiembre, el libro Correspondencia, que recoge una selección de 387 entre las más de 10.000 cartas que el museo Tolstoi de Moscú conserva de este gran maestro de la literatura. Este volumen se suma, pues, a los otros dos publicados por la misma editorial (y misma traductora, Selma Ancira) como Diarios de Tolstoi.
Hace tiempo, a propósito del libro Sobre la creación literaria (Fuentetaja) que recogía una acertada selección de cartas de Gustave Flaubert, no pude evitar plantearme ese dilema que, por un lado, me hace recelar de las intrusiones que a menudo hacemos en las parcelas personales de aquellos a quienes admiramos (quizá no todo lo que escribe un escritor debe ser publicado, sino sólo aquello que, al menos, superase su propio filtro); mientras que, por otra parte, despertaba en mí un interés magnífico hacia los posibles hallazgos y las ventajas personales de conocer y, quizá -con mucha suerte-, comprender el consciente y el subconsciente de un genio. Y todo ello, claro, como fuente de mi propio placer.
Hoy este dilema sigue siendo el mismo, aunque debiera reconocer que algo apaciguado. Racionalmente sigo considerando importante el simple hecho de que alguna vez nos detengamos a reconsiderar los aspectos menos prácticos de nuestros actos y más ligados a esos cimientos éticos e ideológicos sobre los que debiéramos apoyarnos (iba a decir “descansar”, que mamón es el subconsciente). Emocionalmente, sin embargo, deseo leer las cartas de Tolstoi.
Llevado a un punto algo más extremo, me consta que mucha gente decidiría que busco problemas donde no los hay, que no se hace mal a nadie con ello, menos aún cuando el autor lleva muchos años muerto. Quizá tengan razón, claro. Y me hablarían de las “ventajas” frente a los “inconvenientes” y aplicarían, como con todo, esa lógica imperante del beneficio humano, del estudio en aras del progreso, etc. Futuro, futuro..., progreso. Esa línea recta con una zanahoria al final, que es la muerte. Por suerte, creo, sin embargo me detengo en estos detalles. Quizá este hábito me haya hecho ganarme el apelativo de “Dr. No” ¿Cómo explicarlo? ¿Cómo hacer comprender al otro? No son ganas de complicar las cosas, sino todo lo contrario. Son ganas de detenerme a contemplar y a tratar de comprender. Son ganas de destruir los aceleradores de partículas, de decir no en cada ocasión que se me quiera imponer otra velocidad que me obligue a la acción sin una extensa y placentera reflexión previa, sin dejar la casa barrida. En este sentido, quiero ver el mundo a la velocidad que lo ve una mosca. Quiero poder preguntarme si, en este caso, el autor deseaba guardar su intimidad en un cajón alejado del progreso. Quiero poder plantearme este dilema (como he dicho antes, algo más apaciguado) sin que suponga un atentado o un insulto a la “cultura”. Quiero poder decir esto y desear, con todo, leer las cartas de Tolstoi.

lunes, septiembre 15, 2008

Necrología

David Foster Wallace fue encontrado muerto en la noche del pasado viernes. Se había colgado en su casa de California, a los 46 años biológicos. Otro escritor que no ha soportado el tufillo a mierda que a veces despide la existencia.
Es una pena.

miércoles, septiembre 10, 2008

A propósito de la película "Che, el Argentino"

La primera vez que oí y retuve en mi memoria el nombre de “Che” Guevara, el revolucionario ya había muerto (una década atrás, camino de dos), mientras que el mito no paraba de crecer. Creo que yo tenía entre seis y siete años, incluso podría decir que menos. “Che” Guevara ¿Quién era ese hombre misterioso cuyo apelativo tan sonoro yo era incapaz de transcribir (“Cheguevara”)? Fue, sin duda, su nombre lo que me cautivó en primer término.
Para entonces la figura del “Che” se había instalado en mi casa de forma permanente al menos como personaje histórico, a raíz, sobre todo, de una serie de artículos que mi abuelo escribiera en su día con motivo del asesinato del guerrillero. Mi abuelo ya entonces era corresponsal para América Latina del diario Pueblo, periódico en el que concurría lo que ha sido el cogollito de periodistas más o menos ilustre y laureado de los años ochenta y noventa. (En una de las últimas veces que mi abuelo me llevó a la redacción, por Navidad, época en la que él regresaba desde la otra orilla, fue cuando yo decidí que de mayor iba a ser periodista. Y luego resultó que no... En ese edificio de la calle Huertas había pasillos largos, ruido de teléfonos, un ascensor con puertas de reja y señores que me daban caramelos. Claro, confundí la realidad del periodismo...). Como digo, trasladado hasta Bolivia desde algún otro lugar del continente con la urgencia impuesta por la sed de noticias en primicia, varios artículos suyos ocuparon, día tras día, la portada del periódico bajo el título “Muerte y sepulcro del Che”. Esto fue en 1967, y yo aún no habia nacido. Aquellos artículos durmieron después durante varios años en una carpeta azul, junto con muchos otros, en el baúl de las-cosas-importantes-que-no-se-tiran-y-que-ya-tampoco-se-leen. Porque, siendo sincero, en mi casa lo importante no era el “Che”, sino mi abuelo y los méritos obtenidos por su labor periodística. De modo que, en gran medida, si se hablaba del “Che” era como de un actor secundario en la vida de mi abuelo. Desde entonces, aquel nombre, "Che" Guevara, y aquel final trágico sonaban como objeto periodístico de cuando en cuando en mi casa, en la de mis abuelos (cuando el abuelo ausente regresaba con aire de indiano, hasta que muriera en 1982), y en otros escenarios domésticos. Conversaciones de mayores que yo hacía como que no pero que sí escuchaba (“con este niño se puede hablar de todo, que no interrumpe ni luego dice nada por ahí”). En mi casa sonaba el nombre del "Che" siempre seguido del apellido Guevara. Siempre. Sonaba porque mi abuelo había escrito algo acerca de su muerte y eso era en sí mismo importante para mi familia. De modo que a veces se escuchaba: "Che" Guevara, y eso hacía que el nombre resultara tan familiar como el del tío Salvador o la abuela Anselma, a quienes tampoco había conocido. La familia se componía de algunos presentes y otros tantos ausentes, algo de lo que García Márquez no se hubiera extrañado.
En pocos años, lo que para mí aún era el misterio del “Che” y la Revolución había germinado en una curiosidad moderada. Antes de que aquellos artículos de mi abuelo cayeran en mis manos (tiempo después, como fruto de la casualidad, el aburrimiento y la curiosidad de un mes de agosto), de las respuestas imprecisas que recibí a mis preguntas de quién era el “Che” sólo me quede con “un guerrillero, hijo, un guerrillero”. Con esos ingredientes había nacido para mí un misterio rodeado de confusión. ¿Un guerrillero? ¿Qué era un guerrillero? ¿Era bueno o malo ser guerrillero? ¿Qué tenía que ver mi abuelo con un guerrillero? ¿Podía jugar a que yo era un guerrillero, o eso estaba mal?
La primera imagen que recuerdo haber visto del “Che”, sabiendo ya que se trataba del “Che” (la famosa fotografía de Alberto Korda no la asociaba aún con el personaje), fue la foto de su cadáver, un mes de agosto aburrido, a la hora de la siesta. Unos doce años tendría yo. Desde el campo entraba en el cuartillo de los trastos viejos el canto de las chicharras, el calor, la humedad. Había que retirar discos antiguos y tollas viejas para poder abrir el baúl. “Muerte y sepulcro del Che”, en letras rojas y grandes, y la foto de un hombre muerto, demacrado, que no me inspiraba miedo.
La lectura de aquellos artículos, casi incomprensibles aún, no fueron suficientes para satisfacer una curiosidad ya de cierto recorrido. Lo que leí acerca de él más tarde tampoco fue suficiente. Mal encauzado, llegué a conocer más detalles acerca de quién era el “Che” y lo que para el mundo representaba, como revolucionario, como loco incluso para algunos; pero mis sentimientos hacia él aún eran confusos, fruto todo de una mezcla de verdades y mentiras que se habían creado alrededor del mito, fruto también de una mezcla de verdades y mentiras que se habían creado alrededor del marxismo, del bloque soviético, del comunismo, de la Revolución Cubana. De hecho, no fue hasta que en un punto confluyeron esta curiosidad prematura, y un tanto pueril, con un conocimiento más profundo de lo “político” (para lo que fueron necesarios cinco años en la facultad de Ciencias Políticas y muchas lecturas, estudios y reflexiones posteriores), y un posicionamiento ideológico levantado no sólo desde el sentimiento, sino desde lo racional, que conocí más de cerca la biografía del “Che” y mi admiración por él llegó a lo que es hoy. De modo que, después de muchos años, los dos extremos se unieron y el círculo amoroso se cerró. Aquella curiosidad enigmática, nacida de una idea a medio camino entre el misterio y la casi familiaridad con el hombre (había estado allí desde el principio), se completó con el respeto y la admiración por el revolucionario.
Quizá por eso (por la ilusión de familiaridad, por la admiración y el respeto), muy por encima de las críticas que se pueden leer estos días a favor o en contra de la película “Che, el Argentino”, de las opiniones dirigidas acerca de su simbología de ayer y de hoy, a mí me ha emocionado hasta lo indescriptible ver en una pantalla de cine una película que es, por lo pronto, bastante fiel a “Pasajes de la guerra revolucionaria”, libro que escribiera el propio Ernesto Guevara a propósito del tiempo pasado en la Sierra Maestra. La interpretación de Benicio del Toro, por otro lado, resulta muy creíble, no ya por el parecido físico entre ambos, sino por haber interiorizado al “Che”. Hay detalles que se echan de menos, algo comprensible en el ejercicio de síntesis necesario para abarcar todo el período que va desde el primer encuentro entre el “Che” y Fidel, en México, hasta la batalla de Santa Clara.
Podemos debatir sobre lo que no se ha dicho en la película, e incluso lo que para algunos se ha dicho de más. Podemos debatir sobre tantas cosas...
En cualquier caso, yo no hubiera pretendido hacer la película de otra forma.

jueves, septiembre 04, 2008

La felicidad de no ser más que un idiota

AVISO: El video al que se enlazaba desde esta entrada ha sido eliminado del servidor. Por respeto a quienes han participado, mantengo el texto y los comentarios.
Pido disculpas.

Por lo general no suelo ocuparme en ver videos acerca de las "chorradas" que hace o dice la gente. Ya es suficientemente triste vivirlo en directo cada día, sin necesidad de cámaras. Mucho menos cuando un presentador graciosete pretende reírse de la incultura del pueblo. Por estos lares se utiliza mucho este formato, con la diferencia de que aquí se busca premeditadamente a aquellos individuos (ya me salió la vena sociológica) que aparentan no ser muy "leídos", que dicen las abuelas. Pero este video es diferente. No es "¡ay, que tonto eres que no sabes nada!", es un "¡no sé ni cómo sigues vivo con lo demencialmente memo que eres!". No por ser algo conocido resulta menos preocupante, teniendo en cuenta, sobre todo, cómo las sociedades del resto de países occidentales (suma y sigue) se parece cada vez más a ésta.

lunes, septiembre 01, 2008

Ángel Zapata en Tres Rosas Amarillas

Ángel Zapata inaugura la sección "Mi Cuento", en la Web de Tres Rosas Amarillas (librería especializada en relato), hablándonos de “Mueran los cabrones y los campos del honor”, de Benjamin Péret. Son pocas las ocasiones en las que podemos ver cómo Zapata asoma su garra por el caño, pues es de poco dejarse ver. (No) Hacerlo es una decisión personal militante, casi (y no tan casi) un imperativo moral e ideológico. Por eso esta aparición se trata, sin duda, de una muestra de amistad hacia quienes dirigen el rumbo de esta librería, por un lado, y de un guiño generoso hacia el resto de la tribu de los lectores y escritores de cuentos. Porque de vez en cuando, a pesar de todo, hay que acercar la mecha a los montoncitos nuevos, por si acaso alguno tiene pólvora.
Por eso es obligado para mi agradecer a Ángel Zapata y a Tres Rosas Amarillas que nos hagan este regalo tan valioso, y recomendaros la visita a la sección "Mi Cuento".

Frase de hoy

"Las palabras que prefiere el hombre corriente son las que permiten hablar sin tener que pensar". Dashiell Hammett.