martes, julio 31, 2007

Marcel Proust: El papel esencial y a la vez limitado de la lectura

Sobre la Lectura:

Quizá no hubo días en nuestra infancia más ple­namente vividos que aquellos que creímos dejar sin vivirlos, aquellos que pasamos con un libro fa­vorito. Todo lo que, al parecer, los llenaba para los demás, y que rechazábamos como si fuera un vulgar obstáculo ante un placer divino: el juego al que un amigo venía a invitarnos en el pasaje más intere­sante, la abeja o el rayo de sol molestos que nos for­zaban a levantar los ojos de la página o a cambiar de sitio, la merienda que nos habían obligado a lle­var y que dejábamos a nuestro lado sobre el banco, sin tocarla siquiera, mientras que, por encima de nuestra "cabeza, el sol iba perdiendo fuerza en el cielo azul, la cena a la que teníamos que llegar a tiempo y durante la cual no pensábamos más que en subir a terminar, sin perder un minuto, el capí­tulo interrumpido; todo esto, de lo que la lectura hubiera debido impedirnos percibir otra cosa que su importunidad, dejaba por el contrario en nosotros un recuerdo tan agradable (mucho más pre­cioso para nosotros, que aquello que leíamos en­tonces con tanta devoción), que, si llegáramos ahora a hojear aquellos libros de antaño, serían para nosotros como los únicos almanaques que hubiéramos conservado de un tiempo pasado, con la esperanza de ver reflejados en sus páginas lu­gares y estanques que han dejado de existir hace tiempo.”

Ya he tocado este tema en otra ocasión, cuando hablaba de los libros como experiencia vital y traía estas páginas un Extracto del prefacio de Henry Miller en “Los libros de mi vida”: ¿Cuál es el papel esencial y a la vez limitado que ha de jugar la lectura en nuestra vida? Es mucho más que probable que yo sea puntilloso y hasta repetitivo con este tema, pero no soy el único, ni mucho menos el primero. Así, cuando ha caído en mis manos “Sobre la Lectura”, de Marcel Proust, no he podido evitar establecer ciertas asociaciones con la interpretación que hice de las palabras de Miller, y regodearme ante el placer de entrar por un instante en comunión con las percepciones de un gigante de la literatura como Proust. No es vanidad, es la alegría de quien busca y encuentra a otros buscadores en plena acción, buscadores que ayudan a arañarle jirones de certidumbre a la oscuridad.
La lectura, de acuerdo con Proust, mucho más que un mero placer epicúreo es iniciadora, incitadora de nuestro propio pensamiento. El libro es muchísimo más que un “ídolo petrificado” en el que existe un “pensamiento todo entero”, una verdad completa. “nuestra sabidu­ría empieza –dice Proust- donde la del autor termina, y quisié­ramos que nos diera respuestas cuando todo lo que puede hacer por nosotros es excitar nuestros de­seos. Y esos deseos, él no puede despertárnoslos más que haciéndonos contemplar la suprema be­lleza que el último esfuerzo de su arte le ha per­mitido alcanzar. Pero por una singular ley, provi­dencial por añadidura, de la óptica de la mente (ley que significa tal vez que no podemos recibir la verdad de nadie y que debemos crearla nosotros mismos), aquello que es el término de su sabiduría no se nos presenta más que como el comienzo de la nuestra, de manera que cuando ya nos han dicho todo lo que podían decirnos surge en nosotros la sospecha de que todavía no nos han dicho na­da. Pues no es más que una consecuencia del amor que los poe­tas despiertan en nosotros por lo que concedemos una importancia literal o cosas que no son para ellos más que la expresión de emociones persona­les”.

Permitidme que copie aquí estos fragmentos inspiradores de Proust:

“(...) De la pura soledad la mente perezosa no podrá obtener nada, puesto que es incapaz por sí sola de poner en marcha su actividad creadora. Sin embargo, la conversación más elevada, los consejos más sabios tampoco le servirían de nada, ya que no pueden producir di­rectamente esta original actividad. Lo que hace fal­ta por tanto es una intervención que, proviniendo de otro, se produzca en cambio en nuestro interior; un estímulo desde luego de otra mente, pero reci­bido en perfecta soledad (...) Ya sea, por otra parte, que todas las mentes participen en mayor o menor grado de esta pereza, de este estancamiento en los más bajos ni­veles, ya sea que, sin serle necesaria, la exaltación que producen determinadas lecturas tenga una in­fluencia propicia sobre el trabajo personal, se sue­le citar a más de un escritor que tenía por costum­bre leer algunas bellas páginas antes de ponerse a escribir. Emerson lo hacía raramente sin haber an­tes releído algunas páginas de Platón. Y Dante no es el único poeta que Virgilio ha acompañado has­ta las puertas del paraíso”.
“(...)Mientras la lectura sea para nosotros la inicia­dora cuyas llaves mágicas nos abren en nuestro in­terior la puerta de estancias a las que no hubiéra­mos sabido llegar solos, su papel en nuestra vida es saludable. Se convierte en peligroso por el con­trario cuando, en lugar de despertarnos a la vida personal del espíritu, la lectura tiende a suplantar­la, cuando la verdad ya no se nos presenta como un ideal que no esté a nuestro alcance por el pro­greso íntimo de nuestro pensamiento y el esfuerzo de nuestra voluntad, sino como algo material, abandonado entre las hojas de los libros como un fruto madurado por otros y que no tenemos más que molestarnos en tomarlo de los estantes de las bibliotecas para saborearlo a continuación pasiva­mente, en una perfecta armonía de cuerpo y mente (...)Qué felicidad, qué des­canso para una mente fatigada de buscar la ver­dad en su interior, descubrir que se encuentra fuera de ella, entre las páginas de un infolio celosamente conservado en un convento de Holanda, y que si, para llegar hasta ella, hay que hacer un gran es­fuerzo, este esfuerzo sólo será material, y una dis­tracción llena de encanto para el pensamiento (...) La conquista de la verdad se concibe en estos casos como el éxito de una espe­cie de misión diplomática, donde no faltan ni los accidentes del viaje, ni los azares de la negociación.”
“(...)Este concepto de una verdad sorda a las llama­das de la reflexión y dócil al juego de las influencias, de una verdad que se obtiene con cartas de recomendación, que os la pone en las manos al­guien que la poseía materialmente sin tal vez llegar siquiera a conocerla, de una verdad que se deja co­piar en un cuaderno, este concepto de la verdad está lejos sin embargo de ser el más peligrosa de todos. Pues muy a menudo para el historiador, in­cluso para el erudito, esta verdad que van a buscar lejos en un libro, es menos, propiamente hablan­do, la verdad misma, que su indicio o su prueba, dejando por consiguiente lugar a una verdad dis­tinta que no hace más que anunciar o verificar y que, ésta sí, es al menos una creación individual de su mente. No sucede lo mismo con el ilustrado. Éste, lee por leer, para recordar lo que ha leído. Para él, el libro no es el ángel que levanta el vuelo tan pronto como nos ha abierto las puertas del jar­dín celestial, sino un ídolo petrificado, al que ado­ra por él mismo, y que, en lugar de dignificarse por los pensamientos que despierta, transmite una dignidad falsa a todo lo que le rodea. El ilustrado cita sonriendo tal o cual nombre que se encuentra en Villehardouin o en Boccacio, tal o cual costumbre descrita en Virgilio. Su mente, carente de actividad original, no sabe extraer de los libros la substan­cia que podría fortalecerla; carga con ellos ínte­gramente, y en lugar de contener para él algún ele­mento asimilable, algún germen de vida, no son más que un cuerpo extraño, un germen de muerte. No es necesario decir que si califico de malsano es­te gusto, esta especie de respeto fetichista por los libros, es en tanto que constituiría los hábitos idea­les de una mente sin tacha que no existe, lo mis­mo que hacen los fisiólogos al describir un funcio­namiento de órganos normal, pero que no puede darse nunca en los seres vivos. En la realidad, por el contrario, donde hay tan pocas mentes perfec­tas como cuerpos enteramente sanos, aquellos a los que llamamos las mentes preclaras están tan con­tagiados como los demás de esta "enfermedad li­teraria". Más todavía, podríamos decir. Parece que la afición por los libros crece con la inteligencia, un poco por debajo de ella, pero en el mismo ta­llo; como toda pasión, está ligada a una predilec­ción por todo aquello que rodea su objeto, que tie­ne alguna relación con él y se comunica con él incluso en su ausencia. Del mismo modo, los gran­des escritores, durante el tiempo en que no están en comunicación directa con el pensamiento, se sienten a gusto en la sociedad de los libros. Des­pués de todo, ¿acaso no han sido escritos para ellos?, ¿no les descubren mil atractivos, que per­manecen ocultos para el resto de los mortales? A decir verdad, el hecho que las mentes superiores sean librescas, como suele decirse, no prueba en absoluto que esto no constituya un defecto del ser... Del hecho de que los hombres mediocres sean a menudo trabajadores y los inteligentes a menudo perezosos, no puede deducirse que el trabajo no sea para la mente una mejor disciplina que la pe­reza. A pesar de todo, descubrir en un gran hom­bre uno de nuestros defectos, nos inclina siempre a preguntarnos si no se trataría en el fondo de al­guna cualidad desconocida, y no sin placer nos en­teramos de que Hugo se sabía a Quinto-Curcio, Tácito y Justino de memoria, que era capaz, si al­guien le discutía la legitimidad de un término, de establecer su filiación remontándose a su origen, con la ayuda de citas que demostraban una autén­tica erudición. (Ya he probado en otro lugar cómo en él esta erudición alimentaba al genio en vez de ahogarlo, lo mismo que un haz de leña apaga un fuego pequeño y aviva uno grande). Maeterlinck, que es para nosotros todo lo contrario de un ilus­trado, y cuya mente está siempre abierta a las mil emociones anónimas que puedan provocarle una colmena, un macizo de flores o un pastizal, nos previene contra los peligros de la erudición, a veces incluso de la bibliofilia, cuando nos describe, co­mo buen aficionado, los grabados que embellecen una edición antigua de Jacob Cats o del ábate San­drus. Estos peligros, por lo demás, cuando existen, amenazan mucho menos a la inteligencia que a la sensibilidad, siendo la capacidad de lectura prove­chosa, por decirlo de algún modo, mucho mayor entre los pensadores que entre los escritores de imaginación. Schopenhauer, por ejemplo, nos ofre­ce la imagen de una mente cuya vitalidad soporta sin esfuerzo aparente una enorme cantidad de lec­tura, reduciendo inmediatamente cada nuevo conocimiento a la parte de realidad, a la porción viva que contiene.
Schopenhauer no aventura jamás una opinión sin apoyarla al instante con varias citas, pero uno percibe enseguida que los textos citados no son pa­ra él más que ejemplos, alusiones inconscientes y anticipadas en las que se complace en encontrar algunos rasgos de su propio pensamiento, aunque en absoluto lo hayan inspirado”.
“(...) Si la afición por los libros crece con la inteli­gencia, sus peligros, ya lo hemos visto, disminu­yen con ella. Una mente original sabe subordinar la lectura a su actividad personal. No es para ella más que la más noble de las distracciones, la más ennoblecedora sobre todo, ya que únicamente la lectura y la sabiduría proporcionan los "buenos modales" de la inteligencia. La fuerza de nuestra sensibilidad y de nuestra inteligencia sólo pode­mos desarrollarla en nosotros mismos, en las pro­fundidades de nuestra vida espiritual. Pero es en esa relación contractual con otras mentes que es la lectura, donde se forja la educación de los "mo­dales" de la inteligencia. Los ilustrados siguen siendo, a pesar de todo, como las personas de ca­lidad de la inteligencia, e ignorar determinado li­bro, determinada particularidad de la ciencia lite­raria, seguirá siendo, incluso en un hombre de talento, una señal de vulgaridad intelectual. La distinción y la nobleza consisten, también en el or­den del pensamiento, en una especie de francmasonería de las costumbres y en una herencia de tradiciones”.

martes, julio 24, 2007

Los Intocables


Una vez más ha quedado al descubierto el estatus de “intoccabili” de los miembros –con perdón- de la “famiglia” borbónica, consortes y pegotes incluidos todos ellos por la gracia de dios, etc. He de andarme con cuidado, no sea que me secuestren a mí el blog –tendría gracia, pues así quizá alguien agarra y lo lee...-; pero creo que sin riesgo a que se me impute un delito de injurias a la corona, puedo decir abiertamente:

¡NO A ESTA MAFIA!*
y
¡VIVA LA REPÚBLICA!


* Entienda aquí el Juez Del Olmo que elijo cuidadosamente la acepción de “grupo organizado que trata de defender sus intereses” que se incluye en la actual 22ª edición del diccionario de la RAE.

lunes, julio 16, 2007

Mahagonny. "Una crítica nihilista de la sociedad burguesa"


“Soy un autor dramático –dijo Bretch-. Muestro lo que he visto. Y he visto mercados de hombres donde se comercia con el hombre. Esto es lo que yo, autor dramático, muestro”.

Desde la noche del sábado no me he recuperado del impacto ¡Soy un hombre poseído por una obra de arte!, lo que quiera que eso pueda significar. Todo por culpa Brecht, el imprescindible Brecht, de Weill, y de su “Ascen$o y Caída de la Ciudad de Mahagonny”.
Matadero Madrid, centro de creación contemporánea ubicado en el recinto del antiguo matadero municipal de Madrid (no os lo perdáis, de verdad), se ha lanzado a lo grande en la inauguración del espacio escénico Naves del Español del Teatro Español. Lo ha hecho poniendo en escena, de la mano de Mario Gas (dirección) y Manuel Gas (dirección musical), nada menos que la genial ópera de la no menos genial unión artística entre Weill y Brecht.
Una clara denuncia anticapitalista, un diagnóstico impecable de la sociedad burguesa. Brecht formula, pero no da respuestas. Así es el texto de un Brecht aún nihilista: “Nadie puede hacer nada por nadie”, “nadie ayuda a un hombre muerto”.

viernes, julio 13, 2007

Antiprosa, antirazón, antiverdad...


"Me he convertido en un antiprosa, antirazón, antiverdad, pues, ¿qué es lo bello, lo imposible, la poesía sino la barbarie, el corazón del hombre?, ¿y dónde encontrar ese corazón cuando en la mayoría de la gente está dividido en dos grandes pensamientos que, a menudo, llenan su vida: hacer fortuna y vivir para sí mismo, es decir, empequeñecer su corazón entre el comercio y el estómago?"


Gustave Fluabert, 24 de junio de 1837.

jueves, julio 05, 2007

Parfum de Culture: "La empresa editorial debe tener aroma de cultura pero pies de empresa"


¡Uuuuufffffff! A ver cómo me meto yo en este charco sin ahogarme en mi propia bilis. Eso es lo primero que he pensado nada más leer las palabras de Pimentel –el ex ministro, además, según se dice por ahí, de escritor, ingeniero, editor, empresario... qué de cosas madre) en la presentación de Cómo funciona la moderna industria editorial, el libro-manual –formato “paso a paso”, o “hágalo usted mismo”, al más puro estilo EEUU- que ha escrito para quienes quieran cometer la insensatez de fundar una editorial libremente y sin coacción, con el objetivo explícito, además, de al menos “llegar a fin de mes” gracias a esa actividad. Él los llama “aventureros”. Así, como si tal cosa...
La frase que me ha capturado ha sido esta:

"La empresa editorial debe tener aroma de cultura pero pies de empresa. El que se dedica a este negocio es porque ama los libros, pero también tiene que llegar a fin de mes".

¿A qué huele la cultura? me pregunto, aun a riesgo de parecer que plagio el estilo de los anuncios de tampones. Si hablamos de esa “cultura” que es doxa, entonces se me antoja un olor acre, olor que difícilmente podría distinguirse del tufo que generan los “pies de empresa” de los que nos habla Pimentel, pues una cosa contiene a la otra en un círculo cerrado y bastante apestoso.

No es que esté mal vender libros, no se me malinterprete. Un poquito peor, aunque también lo puedo dar por bueno, está ganarse la vida haciendo de “mercader del talento ajeno” –lo ha dicho él solito...-. Pero lo que realmente me molesta es que se vaya por la vida con disfraz de ingenuo –que sustituye hoy a la piel de cordero, totalmente demodé-. Al amor a los libros –si es ese el caso- yo lo llamo fetichismo, y nada tiene que ver con el amor a la literatura o cualquiera de las artes o ciencias en que podría ser divisible un concepto tan desvirtuado y manoseado como el de “cultura”. Quienes sólo aman los libros pueden, como mucho, vender libros, es decir, productos. Y esto es lo que predomina en el negocio editorial. Quien no lo vea así, que se haga mirar las dioptrías.
No digo que no pueda haber buenas intenciones de fondo en el señor Pimentel, quién sabe; pero uno analiza un poquito el lenguaje que emplea y se da cuenta de cuántas veces ha repetido la idea de negocio, y eso mosquea. Señor Pimentel, hable del negocio editorial, de cómo funciona esa "industria" –también lo ha dicho él, y sin complejos-, pero déjenos de hablar de aroma a cultura, por favor, no mezcle las cosas tan alegremente, que eso hiere demasiado la sensibilidad de algunos tontos; que somos muy tontos...

Tenía cierto miedo al principio, pero después de todo no me he dejado llevar por la ira; aunque queda claro que el libro y la presentación de Pimentel –pobre- eran sólo una excusa para poder arremeter una vez más contra el conservadurismo neoliberal pro-democrático de la “cultura” ¿no?
Se me ha visto el plumero...

miércoles, julio 04, 2007

Un Fragmento de Vida. Arthur Machen


Reconozco –con golpes de pecho y todo- no haber leído a Arthur Machen hasta hace apenas cuatro o cinco meses. Pero ahora, una vez remediada en parte esa carencia, considero una obligación moral incluirlo en este espacio “¿Qué no has leído aún...?”, pues es imprescindible dejar caer este nombre en cualquier corrillo literario en que se comente –auque sea por error- alguna obra de misterio. No es broma, pues a pesar de la falta de popularidad, Machen es uno de los escritores que más han marcado su influencia sobre la literatura fantástica, sobre el horror. A propósito del horror, precisamente en su obra “El Horror en la Literatura”, el mismísimo H.P. Lovecraft dijo de Machen: «Entre los creadores actuales del miedo cósmico que han alcanzado el más alto nivel artístico son pocos los que pueden compararse con Arthur Machen. Su poderosa producción de horror, a finales del siglo XIX y principios del XX, sigue siendo única en su clase y marca una época distinta en la historia de este género literario».
Yo tuve que salir corriendo a comprar Un fragmento de vida, Traducción de Rafael Llopis. Siruela.Madrid, 2005. No fue fácil, no obstante, pero mereció la pena. Fantasía y misterio que se deja entrever a sorbos pequeños bajo la representación de una cotidianeidad casi neurótica, para más tarde apoderarse de la necesidad de trascendencia del protagonista y hacerse omnipresente.

Frase de hoy

"Las palabras que prefiere el hombre corriente son las que permiten hablar sin tener que pensar". Dashiell Hammett.