viernes, diciembre 28, 2007

Se hizo mierda...

Verán, a mí la primera vez que me cruzó la cara un “cura” fue por culpa de mi creatividad artística en pura fase escatológica, cuando la palabra mierda (nada de “caca” ni ñoñerías por el estilo, sólo mierda) era algo así como una consigna revolucionaria de un contenido poético inigualable. A los seis o siete años, creo (no recuerdo con precisión), en lugar de meter goles, cambiar cromos o correr por el patio del colegio, en los “recreos” (carajo de eufemismo), a veces inventaba o adaptaba canciones conocidas para que contuvieran la palabra mierda. Y las entonaba: “Valencia, como mierda con paciencia y ya verás que buena está...” Las tuve mejores, que duda cabe; pero fue ésta la premiada con el bofetón del director, del Hermano Vicente Ugarte (cerdo, hijo de puta, cabrón). Imagino que también a este tipo gris y dañino debió resultarle revolucionario el uso de la mierda contra las canciones populares, pues, como digo, me quebró el entusiasmo infantil con un tortazo de adulto.
Recuerdo el frío de ese día de finales de noviembre o principios de diciembre del año 1979 ó 1980, qué sé yo.
Tras este incidente, el miedo fundado a la represión violenta eliminó en mí la falsa creencia de que uno podía expresar su propia naturaleza y su deseo sin cortapisas. Si bien antes o después (así es la vida según el tópico) tenía que encontrame con el revés de la realidad misma, tuvo el gusto de anticipármelo el Hermano Vicente Ugarte. Y gracias a eso hoy me acuerdo de él y, en mi ignorancia, le he deseado lo peor.
Sin ser plenamente consciente de mi estrategia defensiva, por aquel entonces y hasta bien entradito en la adolescencia, con su nueva fase de rebeldía intrínseca, puse en práctica el arma de la resistencia pasiva como forma de protesta. Ostracismo, reclusión, me cerré al mundo como una almeja. No hubo más mierda para el público insensible. Fueron años agridulces, años de evasión y descontento, de poesías melancólicas y dibujos oníricos a los márgenes de los libros de matemáticas, religión o ciencias naturales. Años de mierda.
Como política general de ese centro religioso “educativo”, al niño sin voluntad para el estudio se le consideraba inferior e indigno del estímulo y la atención de sus profesores. En una palabra, tonto. Porque, de acuerdo con una interpretación simplísima de la psicología infantil que se estilaba entre el profesorado y la dirección del centro, al niño inteligente le agradaba y le atraía el estudio metódico de las ciencias, la resolución de los problemas de la dichosa locomotora y sus vagones que iban a no sé dónde con no sé cuántos viajeros que subían y/o bajaban, y la cartilla de notas repleta de notables, sobresalientes o “progresa adecuadamente”, según la época. Para esos hombres religiosos de mierda, la ecuación era bien simple, y su resultado la resignación a tener en sus clases a un niño inadaptado que sólo despertaba de su ensimismamiento ante la propuesta de hacer redacciones o aprenderse de memoria, y en tiempo récord, la Canción del Pirata o el Soneto de repente.
Desde el unificador punto de vista académico fui un niño, si no tonto, al menos sí insuficiente. Suspendí todo aquello que pudiera ser calificable. Esto no me libró de la violencia profesor-alumno, porque, si bien desahuciado como estudiante, algunas veces pensaron que una buena torta, un tirón de patillas (especialidad del profesor D. Jesús María Vicente, aún en activo), un capón con sello de oro (especialidad de “El puche”, de paradero desconocido), un golpe en la cabeza con una flauta dulce (que para mí fue más bien amarga por culpa de “El chino”, otro profesor sin localizar), un impacto directo en la cara con el manojo de llaves (también de “El puche”), etc., etc., podían hacerme despertar un residuo de voluntad de integración y aprendizaje. Por supuesto, de nada sirvió que los test psicológicos tan de moda entonces mostraran en mí un deseo vehemente de ser admitido socialmente y una capacidad destacable para analizar la realidad de mi entorno social y familiar. Era curiosa la paradoja de realizar cada año un test psicológico para no hacer nada con los resultados de los niños “difíciles”.
Pero toda esta historia triste tuvo su final aceptable. Como anticipé una cuantas líneas más arriba, la rebeldía del adolescente me sacó de allá a la fuerza. Así, el último año de Enseñanza General Básica lo hice en un colegio laico, y acabé BUP y COU con una media notable. Curioso que resulta eso de la motivación, me licencié en Ciencias Políticas por puro placer de estudiar y saber, y hoy la literatura, el estudio del ser, de la política, la sociología, la antropología, etc. forman parte del goce en mi vida. Por otro lado, fui capaz de sobreponerme a mi cerrazón con todo aquello que no fueran letras puras y me gano ahora el sustento con proyectos informáticos orientados a los recursos humanos (muy a mi pesar).
Desde aquel lejano uso infantil de la palabra mierda que tanto mal me hizo, no había vuelto a acordarme de ella como recurso poético y revolucionario, hasta hace tan sólo unos días, al ver el nombre de ese colegio de mi infancia en los diarios. El derrumbe parcial del edificio, sin víctimas, el día de Navidad, me ha abierto la cajita de la memoria en la que tenía guardado tanto rencor. La verdad, me hubiera gustado conocer peor suerte para el Hermano Vicente, esperaba que hubiera muerto allí aplastado o algo así; pero, después de buscar su paradero en Internet descubro que murió por la gula hace justo un año “Tenía sobrepeso y problemas con el corazón y la circulación sanguínea, particularmente en las piernas. Hizo muchos esfuerzos por intentar dominar sus hábitos pero no lo consiguió”, dice de él el Hermano Guillermo Maylín en una semblanza publicada tras su muerte. En dicha semblanza, otro antiguo alumno con distinta suerte en sus andanzas de escolar opina de él:
“Supongo que somos muchos los antiguos alumnos a los que siempre nos transmitió su cariño y nos hizo sentir lo especiales que éramos para él. Pues bien, yo soy uno de ellos, y me emociono al recordar cómo he disfrutado cada vez que nos hemos cruzado en el pasillo en los años posteriores a abandonar el colegio. Siempre se ha interesado por mí, y hemos charlado un poco, sintiendo que realmente se alegraba de verme, de encontrarme en el colegio. Mi infancia no sería lo mismo sin el “dire”, así le llamábamos; él me enseñó a respetar la autoridad, la de verdad, la autoridad moral; a admirarle, y a aprender que en la admiración a mis mayores estaba el camino para mi crecimiento. Me enseñó que el cariño se transmite con el esfuerzo en cada detalle, me enseñó a caminar sin descanso hasta dar la última gota que hay dentro de mí. Si algo entiendo de esta cultura de la entrega y del esfuerzo, tan corazonista, fue por mi director de EGB, fue por mi profesor de Matemáticas, por este maestro que años después me seguía recibiendo con cariño, en su casa, desde el corazón”.
Bueno, no me importa que el Hermano Vicente Ugarte no muriera aplastado por el derrumbe. Siempre me alegrará saber que, al menos, parte del colegio se hizo mierda, pura mierda...

jueves, diciembre 27, 2007

Carta abierta de Danielle Mitterrand a los dirigentes europeos‏


Danielle Mitterrand / La Jornada, 23 de diciembre de 2007


Carta abierta a los dirigentes europeos


Tal como Europa lo ha aprendido y cruelmente pagado, la democracia necesita ser vivida sin cesar, reinventada, defendida tanto en el interior de nuestros países democráticos como en el resto del mundo. Ninguna democracia es una isla. Las democracias se deben asistencia mutua. Hoy hago, por eso, un llamado a nuestros dirigentes y a nuestros grandes órganos de prensa: sí, lo afirmo, la joven democracia boliviana corre un peligro mortal. En 2005, un presidente y su gobierno son ampliamente elegidos por más de 60 por ciento de los electores, a pesar de que una gran parte de sus electores potenciales, indígenas, no están inscritos en las listas electorales, puesto que ni siquiera poseen estado civil. Las grandes orientaciones políticas de este gobierno fueron masivamente aprobadas por referéndum antes incluso de esta elección, y, en especial, la nacionalización de las riquezas naturales en vistas de una mejor redistribución, así como la convocatoria a una Asamblea Constituyente. ¿Por qué es indispensable una nueva Consitución? Por la razón muy simple de que la antigua data de 1967, cuando, en América Latina, las poblaciones indígenas (representaban en Bolivia 75 por ciento de la población) se hallaban totalmente excluidas de cualquier ciudadanía. Los trabajos de la Asamblea Constituyente boliviana han sido, desde sus orígenes, constantemente trabados por las maniobras y el boicot de las antiguas oligarquías, las cuales no soportan perder sus privilegios económicos y políticos. La oposición minoritaria extrema el cinismo hasta disfrazar su rechazo a la sanción de las urnas bajo la máscara de la defensa de la democracia. Reacciona con el boicot, las agresiones en la calle, la intimidación de los responsables electos, en la estricta continuidad de las matanzas perpetradas a civiles desarmados por el ex presidente Sánchez de Lozada en 2003, quien, por otro lado, sigue perseguido por sus crímenes y refugiado en Estados Unidos. En favor de un caos cuidadosamente instrumentado, renacen las amenazas separatistas de las regiones más ricas, que rechazan el juego democrático y no quieren “pagar por las regiones más pobres”. Grupos activistas neofascistas y bandas paramilitares, subvencionadas por la gran burguesía boliviana y ciertos intereses extranjeros, instalan un clima de miedo en las comunidades indígenas. Recordemos en qué terminaron Colombia y Guatemala, recordemos sobre todo la democracia chilena, asesinada el 11 de septiembre de 1973 después de un proceso idéntico de desestabilización. Se puede matar una democracia también por medio de la desinformación. No, Evo Morales no es un dictador. No, no es la cabeza de un cártel de traficantes de cocaína. Estas imágenes caricaturescas se hacen circular en nuestros países sin la menor objetividad, como si la intrusión de un presidente indígena y la potencia creciente de ciudadanos electores indígenas fuesen insoportables, no sólo a las oligarquías latinoamericanas sino también a la prensa bienpensante occidental. Como para desmentir aún más la mentira organizada, Evo Morales hace un llamado al diálogo, rehúsa hacer uso del ejército y pone incluso su mandato en la balanza. Solemnemente llamo a los defensores de la democracia, a nuestros dirigentes, a nuestros intelectuales, a nuestros medios de comunicación. ¿Vamos a esperar que Evo Morales conozca la suerte de Salvador Allende para llorar sobre la suerte de la democracia boliviana? La democracia tiene valor para todos o para nadie. Si la amamos en nuestra patria, debemos defenderla por todos los lugares donde esté amenazada. No nos toca, como algunos lo pretenden con arrogancia, ir a instalarla en otras naciones mediante la fuerza de las armas; en cambio, nos toca protegerla en nuestro país con toda la fuerza de nuestra convicción y estar al lado de aquéllos que la han instalado en su nación.


Danielle Mitterrand.

Tomado de La Jornada, México, 23 de diciembre, 2007.



miércoles, diciembre 19, 2007

Lo digo y lo repito

La redundancia no es un defecto, todo lo contrario; pero siempre y cuando aquello que se repita sea, por demás, lo importante. Para mí repetirme resulta esencial, a qué negarlo, para diferenciar en lo que digo aquello que es básico de lo casual y quizá prescindible. Por eso vuelvo de cuando en cuando (ya se ha visto aquí) a hacer alusión a Beltor Brecht (gracias, amigo Luis, por descubrírmelo hace algún tiempo) y su famosa cita:

“Hay hombres que luchan un día y son buenos. Hay otros que luchan un año y son mejores. Hay quienes luchan muchos años y son muy buenos. Pero hay los que luchan toda la vida: esos son los imprescindibles”.

Pocas cosas merecen ser repetidas tantas veces como todo aquello que alcanza el grado de genialidad, en cuanto que ideas cercanas a esa "Verdad" del ser que perseguimos los seres humanos.
Ayer, al condecorar al poeta uruguayo Mario Benedetti con la orden Francisco de Miranda, y al elogiar el carácter de luchadores de “toda la vida” de Oscar Niemeyer y Fidel Castro, Hugo Chávez echó mano también de esta sabiduría brechtiana de “los imprescindibles”. Chávez dijo en Montevideo, por ejemplo: “Benedetti es uno de los indispensables. Nosotros sigamos su ejemplo, luchemos toda la vida"; y añadió que "hace dos días le mandé una carta a otro de esos indispensables que cumplió 100 años, Oscar Niemeyer”; y que hoy, miércoles, estaría "almorzando con otro de estos indispensables", refiriéndose, por supuesto, a Fidel Castro.
La Orden de Francisco de Miranda, en su Primera Clase (la más alta distinción que otorga Venezuela a un extranjero) se la impuso Chávez a Benedetti en una ceremonia que se celebró en el Paraninfo de la capitalina Universidad de la República.

¡Qué grande, Benedetti! ¡Qué lástima que un genio así, además de imprescindible, sea irrepetible!

martes, diciembre 18, 2007

Acerca de la ficción


Uno a veces pasa demasiado tiempo leyendo o escuchando teorías sesudas acerca de la literatura, del arte de narrar, del papel de la ficción, cuando es mucho más sencillo tener a mano las palabras de un genio como Proust y, en lugar de sólo comprender lo que dice, sentir lo que es la ficción:


"...aquellas tardes estaban más henchidas de sucesos dramáticos que muchas vidas. Eran los sucesos ocurridos en el libro que leía, aunque los personajes a quienes afectaban no eran «reales», como decía Francisca. Pero ningún sentimiento de los que nos causan la alegría o la desgracia de un personaje real llega a nosotros, si no es por intermedio de una imagen de esa alegría o desgracia; la ingeniosidad del primer novelista estribó en comprender que, como en el conjunto de nuestras emociones la imagen es el único elemento esencial, una simplificación que consistiera en suprimir pura y simplemente los personajes reales, significaría una decisiva perfección. Un ser real, por profundamente que simpaticemos con él, lo percibimos en gran parte por medio de nuestros sentidos, es decir, sigue opaco para nosotros y ofrece un peso muerto que nuestra sensibilidad no es capaz de levantar. Si le sucede una desgracia, no podremos sentirla más que en una parte mínima de la noción total que de sí tenga. La idea feliz del novelista es sustituir esas partes impenetrables para el alma por una cantidad equivalente de partes inmateriales, es decir, asimilables para nuestro espíritu. Desde ese momento poco nos importa que se nos aparezcan como verdaderos los actos y emociones de esos seres de nuevo género, porque ya las hemos hecho nuestras, en nosotros se producen, y ellas sojuzgan, mientras vamos volviendo febrilmente las páginas del libro, la rapidez de nuestra respiración y la intensidad de nuestras miradas. Y una vez que el novelista nos ha puesto en ese estado, en el cual, como en todos los estados puramente interiores, toda emoción se decuplica, y en el que su libro vendrá a inquietarnos como nos inquieta un sueño, pero un sueño más claro que los que tenemos dormidos, y que nos durará más en el recuerdo, entonces desencadena en nuestro seno, por una hora, todas las dichas y desventuras posibles, de esas que en la vida tardaríamos muchos años en conocer unas cuantas, y las más intensas de las cuales se nos escaparían, porque la lentitud con que se producen nos impide percibirlas (así cambia nuestro corazón en la vida, y este es el más amargo de los dolores; pero un dolor que sólo sentimos en la lectura e imaginativamente; porque en la realidad se nos va mutando el corazón lo mismo que se producen ciertos fenómenos de la naturaleza, es decir, con tal lentitud, que aunque podamos darnos cuenta de cada uno de sus distintos estados sucesivos, en cambio se nos escapa la sensación misma de la mudanza)."


(Marcel Proust. En busca del tiempo perdido. 1. Por el camino de Swan)

lunes, diciembre 10, 2007

Resumen de 2007 (a lo “Monterroso”)


1 de enero de 2008. 11:27 A.M:


Cuando se despertó de la borrachera, el capitalismo todavía estaba allí...



viernes, diciembre 07, 2007

Linterna Mágica. Retrospectiva Ingmar Bergman

Pido disculpas por esta breve ausencia; pero un asunto personal ha requerido toda mi atención en las últimas semanas. Ya está todo en orden, por suerte. El caos vuelve a ser manejable.

En otro orden de cosas, quiero recomendar algo:
A estas alturas del año, en la época de los almanaques ya caducos, las agendas “culturales” llenitas de papánoeles y demás demostraciones de sacrosantismo comercial, cuando uno llega a creer que es mejor resignarse a ver desde lejos el espectáculo de esta enfermedad colectiva y dejar quizá que pase la cuarentena antes de formar parte de nada, me sorprendo al encontrar un ciclo que, a decir verdad, estaba esperando que apareciera desde hace unos meses. Se trata de un ciclo sobre Ingmar Bergman en el Círculo de Bellas Artes.
Los detalles se pueden encontrar en la página del CBA.
Creo que es una buena forma de desintoxicarse de lo que queda de año.

Frase de hoy

"Las palabras que prefiere el hombre corriente son las que permiten hablar sin tener que pensar". Dashiell Hammett.