martes, marzo 23, 2010

La lápida de Sartre

El 15 de abril de 1980, a los 74 años de edad, fallecía en el Hospital de Broussais, en París, Jean-Paul Charles Aymard Sartre, conocido comúnmente como Jean-Paul Sartre. Cinco días más tarde, el 20 de abril, un cortejo fúnebre de más de 20.000 personas acompañaron al famoso filósofo, escritor y dramaturgo francés, máximo exponente del existencialismo y del marxismo humanista, hasta el no mucho menos famoso cementerio de Montparnasse, en la capital gala. Allí depositaron sus restos solitarios, que serían acompañados seis años después, en 1986, por los de su pareja, la filósofa existencialista, novelista, creadora de una de las obras fundacionales del feminismo (El Segundo Sexo), Simone de Beauvior. Muchos eran los cautivados por la obra y la vida de Sartre antes de su muerte. Muchos se han ido incorporando a la legión de seguidores del difunto después. Pero sólo uno de ellos visitó su tumba, presumiblemente con cierta admiración y devoción por el maestro,decidió llevarse su lápida y, en consecuencia, llevo a cabo el hurto, incorporando así la piedra, el símbolo, a su propia existencia.
Casi 30 años después de este suceso, poco antes de morir, el poeta Colombiano Arnulfo Valencia le explicaba a sus hijas dónde guardaba sus pertenencias más preciadas, entre las que se encontraba la lápida de Sartre.

El 9 de enero de 2010, William Ospina, escritor y amigo de Arnulfo Valencia, escribía en un periódico digital: “Una canción para Arnulfo Valencia”. En ella, junto a grandes elogios y recuerdos personales hacia el amigo fallecido, Ospina explicaba como Arnulfo (“Arnie”) le confesó días después del hurto cómo “había visitado con veneración la tumba de uno de sus grandes maestros literarios, y que viendo que la lápida reciente estaba casi suelta, no se había resistido a la tentación de retirar la lápida, y de alejarse con ella furtivamente por las calles de París. Y que después la había enviado por barco a un amigo suyo en Cali. No me estaba confesando el hurto de una piedra. Me estaba confesando su estremecida veneración por un escritor querido, y la irreprimible necesidad que sintió de enviar a su tierra esa reliquia.”
“Bueno –reflexionaría Ospina-: son tantas las cosas que Europa se ha llevado de América y del resto del mundo, y que exhibe orgullosamente en sus museos y en sus plazas, sin que nadie se oponga, que no resultará imperdonable que un poeta latinoamericano haya sentido la necesidad ineluctable de tener en su valle, así sea enterrada bajo las grandes ceibas equinocciales, la lápida de Jean Paul Sastre”.




(Hay quien envidia a la tierra por lo que abraza)

Frase de hoy

"Las palabras que prefiere el hombre corriente son las que permiten hablar sin tener que pensar". Dashiell Hammett.