
Estos días injustos vuelvo a recordar ciertos momentos de universidad, sobre todo cuando, ya en el segundo ciclo de carrera, tenía claro que quería especializarme en estudios internacionales. Hasta entonces no había estudiado NUNCA nada centrado en la historia de los países árabes, del Magreb, de la zona del Mediterráneo, etc. Nada, y sin embargo estaba harto de darle vueltas a la historia de Europa, de la Sociedad de Naciones, de las guerras mundiales, etc. Por estas fechas leía por primera vez al recientemente fallecido Huntington y su manido Choque de Civilizaciones. Estoy hablando de un segundo ciclo de universidad como primer momento de acercamiento académico real al mundo árabe y no sólo a sus relaciones más destacadas con nuestro bonito y predilecto occidente, y eso sólo por no haber elegido una especialidad tal como análisis político, en cuyo caso podría haberme licenciado sin saber nada del mundo que nos rodea. No sé a vosotros, pero a mí me parece extremadamente tarde para abrir los ojos y mirar al vecindario. Se supone que de aquellas hornadas de estudiantes deberían salir los futuros politólogos, ya con un criterio formado y eminentemente cojo. Reconozco que hasta entonces tampoco tenía prácticamente ni idea del conflicto árabe-israelí. Es la pura verdad, y a poco que uno pregunte a unas cuantas personas al azar se da cuenta de que eso es lo normal, no tener ni idea, haber escuchado cosas, aquí y allá, pero nada más profundo. Todo el mundo tiene una opinión al respecto, claro, aun sin tener argumentos para ello. Bueno, esto tampoco debe sorprendernos a estas alturas ¿verdad? Recuerdo la indignación que comenzó, que nació en mí y creció, al ir descubriendo cómo ese sentimiento de superioridad tan occidental (ese sentimiento que tantas veces ha hecho que nos olvidáramos de otros puntos de vista, de la dignidad y los derechos de otros pueblos...) había permitido que se gestara el conflicto hoy enquistado entre Israel y los países árabes. Entre los partidarios de la causa judía se daba por hecho desde sus comienzos que los paletillos palestinos estaban obligados ceder su espacio a la evolución de un pueblo refinado como el judío sionista (acabo de ganarme el apelativo de antisemita, seguro). Lo sencillo hoy es, haciendo gala del mismo sentimiento de superioridad demostrado en su día por una Inglaterra codiciosa y manipuladora de alianzas, por una Sociedad de Naciones paternalista y falsa, y de la falta de conocimiento de la historia de este conflicto, mirar a otro lado y hacer responsable a Hamás de la actitud asesina (qué bonito eufemismo el de los “asesinatos selectivos” que tan de moda están desde el año 2000, cuando Israel puso en práctica los asesinatos extrajudiciales que violaban la Convención de Ginebra) y aniquiladora de cualquier realidad Palestina que se cruce en sus planes perversos. Lo que está llevando a cabo Israel en Gaza estos días se llama terrorismo de estado y demuestra la falta absoluta de respeto hacia la vida de los civiles palestino. Sigue vigente el sentimiento de superioridad Israelí sobre la población Palestina, sentimiento avivado por el respaldo incondicional de los Estados Unidos de América y la falta de escrúpulos de la comunidad internacional para no elevar el tono ante la voz de su amo. Una vez más, y van demasiadas, la ONU ha demostrado su incompetencia y ha demostrado que está de más, que sobra, que su existencia carece de sentido. Por todo ello condeno con firmeza la barbarie y la actitud asesina del estado Israelí, acuso de complicidad a toda la comunidad internacional y muestro mi apoyo al mil veces humillado pueblo palestino.