viernes, febrero 01, 2008

Homo Videns


La imagen, los multimedia, la televisión...


El nivel de dependencia que el sujeto de las sociedades "modernas" ha adquirido ya con respecto a estos formatos en la construcción y desarrollo del aparato cognoscitivo, de unos elementos fundamentales en la comunicación de masas, no sólo ha permitido la aceptación sin reservas, por parte del sujeto, de éstos como medios transmisores y modeladores casi exclusivos de toda información y conocimiento (principalmente bajo el criterio del pensamiento único, para mayor desgracia), sino que ha acabado por transformar incluso la demanda.
Hoy día es incluso el propio sujeto quien exige recibir el conocimiento en un formato audiovisual y, a ser posible, "interactivo" (entendido de la forma más limitativa posible, pues ni implica intercambio ni crítica). No es mi intención ser agorero ni apocalíptico, pero sí poner mi granito de arena en la llamada de atención sobre los efectos perniciosos de esta dependencia.
En 1997 denunciaba Sartori, prestigioso investigador en el campo de la Ciencia Política, en su ensayo “Homo Videns. La Sociedad Teledirigida”, que la televisión, por ejemplo, se había convertido en “paideia”, en elemento socializador, creador de un nuevo ser humano, el “homo videns”, producto de la imagen (mientras que el homo sapiens puede considerarse producto de la cultura escrita), incapaz de manejar y articular ideas claras, incapaz de una reflexión propia.
¿Una imagen vale más que mil palabras?
Siempre me ha parecido una afirmación un tanto arriesgada. Probablemente aprehendamos la imagen de una forma más directa, tocando ésta muchos hilos del subconsciente, sin encontrar el obstáculo del encadenamiento de significantes que padece el lenguaje para aproximarse a un significado. Es decir, desde este punto de vista sí, lo más seguro es que una imagen transmita mucha más información, muchos más mensajes paralelos y subyacentes a nuestro cerebro que un millar de significantes. Y puede que sea éste precisamente uno de los problemas mayores.
Habría que tener en cuenta la calidad cultural de la imagen, es decir, la calidad del mensaje: qué se transmite y cómo se transmite. Recuerdo que decía Ángel Zapata, en un libro excelente sobre el arte de escribir relatos, “La practica del relato. Manual de estilo literario para narradores” (altamente recomendable), que uno de los secretos por los cueles la publicidad televisiva tenía ese efecto hipnotizador sobre nosotros era, en muchos casos, por la sucesión de imágenes cautivadoras, en un especio muy corto de tiempo, que obligaba al espectador a mantener la atención sobre la pantalla del televisor. La sucesión abrumadora de imágenes no deja lugar a la reflexión, no otorga el tiempo necesario para procesar intelectualmente el significado de esas imágenes.
La sobreabundancia de mensajes auditivos acompañados de imágenes estimulantes parecen anular la capacidad de análisis crítico por parte del receptor. En definitiva, se suma la escasa (o nula) calidad ética y cultural de los mensajes emitidos (comerciales en una gran proporción) con las características de un medio de difusión que no facilita la interposición de un criterio propio (cuando aún existe...), a la hora de interpretar el mensaje, por parte del receptor.
Por supuesto, existen muchos otros factores socializadores y formadores del pensamiento general además de los mensionados. Por otro lado, salvo los espacios publicitarios, la agresividad de las formas no es tan marcada como lo que he descrito someramente. Sin embargo, el impacto de estos medios sobre la forma en que el sujeto, el presunto homo videns, se acerca (más bien deja que se acerque a él) al conocimiento parece poco discutible. La comodidad prima sobre el interés intelectual y los filtros con los que un teleespectador descodifica un mensaje, lo analiza y lo interpreta son de una pobreza decepcionante.
¿Se ha luchado contra el analfabetismo para conseguir imbéciles que sepan leer y escribir a dictado del “gran hermano”?
Quiero pensar que los casos extremos no son mayoría aún. Sin embargo, tampoco bajemos la guardia, pues existe la posibilidad de que transitemos por esos derroteros. No en vano, nadie en las sociedades modernas, escapa de la influencia de las nuevas tecnologías multimedia y la televisión en la configuración de nuevos hábitos. La clave, el antídoto, quizá se encuentre en el equilibrio entre cultura audiovisual (que existe, claro) y la cultura escrita: grandes dosis de ésta con el apoyo prudente de aquélla. Si invertimos las proporciones, lo que se lea estará excesivamente condicionado por los gustos interesados que resulta fácil transmitir dentro de la cultura audiovisual.

¿A qué viene todo esto? Quizá la relación sea extremadamente subjetiva; pero hace tiempo que observo una respuesta rápida por parte de quienes tienen intereses comerciales, también en Internet, a las crecientes demandas de lo audiovisual que lanzan (a veces inconscientemente) los potenciales consumidores de cultura. Por ejemplo, hay quienes estudian el comportamiento de los adeptos a “YouTube” para encontrar nuevas formas de acercamiento comercial de los productos culturales a los, como he dicho, potenciales consumidores. Hay muchos otros caminos, claro está. Así, si se descubre que mostrar la “imagen” de un autor ayuda a vender libros, se crean portales específicos, campañas de marketing, etc., para que las editoriales muestren su producto con el envoltorio del propio autor promocionando su obra (me abstengo de proporcionar datos concretos). No digo que esté todo mal, e incluso resultaría interesante cuando se pudiera tratar de entrevista al autor acerca del mensaje de su obra, su visión particular, etc. Pero me temo que por lo genarl haya más interés en vender que en culturizar.
Como he advertido, quizá la relación sea extremadamente subjetiva, lo sé. No toda maniobra a favor de una venta es ilegítima; pero en una sociedad basada en la economía del libre mercado, en la competitividad, poca inocencia cabe esperar cuando hay dinero de por medio, cuando se mezclan negocio y cultura.

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"Las palabras que prefiere el hombre corriente son las que permiten hablar sin tener que pensar". Dashiell Hammett.