La lápida de Sartre

Casi 30 años después de este suceso, poco antes de morir, el poeta Colombiano Arnulfo Valencia le explicaba a sus hijas dónde guardaba sus pertenencias más preciadas, entre las que se encontraba la lápida de Sartre.
El 9 de enero de 2010, William Ospina, escritor y amigo de Arnulfo Valencia, escribía en un periódico digital: “Una canción para Arnulfo Valencia”. En ella, junto a grandes elogios y recuerdos personales hacia el amigo fallecido, Ospina explicaba como Arnulfo (“Arnie”) le confesó días después del hurto cómo “había visitado con veneración la tumba de uno de sus grandes maestros literarios, y que viendo que la lápida reciente estaba casi suelta, no se había resistido a la tentación de retirar la lápida, y de alejarse con ella furtivamente por las calles de París. Y que después la había enviado por barco a un amigo suyo en Cali. No me estaba confesando el hurto de una piedra. Me estaba confesando su estremecida veneración por un escritor querido, y la irreprimible necesidad que sintió de enviar a su tierra esa reliquia.”
“Bueno –reflexionaría Ospina-: son tantas las cosas que Europa se ha llevado de América y del resto del mundo, y que exhibe orgullosamente en sus museos y en sus plazas, sin que nadie se oponga, que no resultará imperdonable que un poeta latinoamericano haya sentido la necesidad ineluctable de tener en su valle, así sea enterrada bajo las grandes ceibas equinocciales, la lápida de Jean Paul Sastre”.
(Hay quien envidia a la tierra por lo que abraza)