Escribe una frase tan verídica como sepas
Será una exageración; pero no es imposible llegar a pensar que si giro seis veces sobre los talones mientras silbo “La vaca lechera”, de la Radio Orquesta Topolino; si aprieto el botón de encendido del ordenador con el dedo meñique; si me paso la punta de la lengua diecisiete veces por el hueco de la muela que me quitaron hace un año, o si, en su defecto --si el diecisiete está gafado temporalmente-- la paso en series de dos o cuatro pases rápidos, siempre y cuando el total de incursiones de la lengua en el agujero nunca dé como resultado ni tres ni múltiplos de tres; entonces, y sólo entonces, podré escribir como es debido. Así de complicado puede llegar a ser encontrar el verdadero momento, el instante preciso en que las musas, el café, el picor de orejas y otros elementos esenciales de la escritura se acoplen para brindarnos una sesión de escritura. “Algún día no tendré sueño por la tarde, algún día escribiré un poema que encenderá volcanes en las colinas que están ahí fuera”, dice Bukowski (gracias, Viajero Solitario por enseñarme este poema). Es complicado, claro, porque ese instante no existe. No existe esa tarde en la que no tendré sueño. Que me corrija alguien si me equivoco; pero creo que fue el inefable Paco Umbral quien dijo que un escritor siempre puede escribir, igual que un pianista siempre puede tocar el piano. Es decir, que para escribir uno sólo tiene que ponerse a ello. Otra cosa es lo que salga de ahí, o el esfuerzo de no sucumbir a las tentaciones más allá del escritorio y de nuestra endiosada imaginación.
¿Quieres escribir? Escribe. ¿Quieres escribir la obra más grande de todos los tiempos? ¿en serio? ¡Venga ya...! Jua, jua, jua.
¿Por qué la culpabilidad? Lo difícil de lo que propone Ford no es hacer cualquier otra cosa que nos apetezca en lugar de escribir, lo difícil es no sentirse culpable por no estar escribiendo. Quizá pensemos que ese poema (relato, novela, haiku, aforismo, etc.) que encenderá volcanes en las colinas de ahí fuera está siendo sacrificado, un aborto ilegal, porque no escribimos.
El consejo de Natalie Goldberg a los nuevos escritores: considera que un día sin escribir es un día perdido. Demasiada presión, creo yo. Vale, a escribir se aprende escribiendo, pero la creatividad puede morir de sobredosis de escritura. Escribir tiene mucho de descenso a los terrenos del subconsciente, mucho de sesión espiritista en la cual el escritor busca llegar al trance con su propio espíritu. Pero ese es, quizá, el punto más álgido del proceso, al que no se llega siempre. Quizá así sea mejor, por mantenernos lejos de una crisis nerviosa por exceso de ambición literaria.
Como dice Enrique Páez, para querer ser escrito hace falta ser masoquista. Y, sin embargo, qué sensación --¡qué sensación!-- esa de haber escrito bien, de haber acabado lo que te proponías, de haber fluido por el texto de esa manera siempre inesperada y extraña que tiene el fluir por el texto, y así poder bajar los largos tramos de escalera teniendo la conciencia de que el trabajo se ha dado bien...
¿Por qué la culpabilidad? Lo difícil de lo que propone Ford no es hacer cualquier otra cosa que nos apetezca en lugar de escribir, lo difícil es no sentirse culpable por no estar escribiendo. Quizá pensemos que ese poema (relato, novela, haiku, aforismo, etc.) que encenderá volcanes en las colinas de ahí fuera está siendo sacrificado, un aborto ilegal, porque no escribimos.
El consejo de Natalie Goldberg a los nuevos escritores: considera que un día sin escribir es un día perdido. Demasiada presión, creo yo. Vale, a escribir se aprende escribiendo, pero la creatividad puede morir de sobredosis de escritura. Escribir tiene mucho de descenso a los terrenos del subconsciente, mucho de sesión espiritista en la cual el escritor busca llegar al trance con su propio espíritu. Pero ese es, quizá, el punto más álgido del proceso, al que no se llega siempre. Quizá así sea mejor, por mantenernos lejos de una crisis nerviosa por exceso de ambición literaria.
Como dice Enrique Páez, para querer ser escrito hace falta ser masoquista. Y, sin embargo, qué sensación --¡qué sensación!-- esa de haber escrito bien, de haber acabado lo que te proponías, de haber fluido por el texto de esa manera siempre inesperada y extraña que tiene el fluir por el texto, y así poder bajar los largos tramos de escalera teniendo la conciencia de que el trabajo se ha dado bien...
"Era una maravilla bajar los largos tramos de escaleras y tener conciencia de que el trabajo se me había dado bien. Cada día seguía trabajando hasta que una cosa tomaba forma, y siempre me interrumpía cuando veía claro lo que tenía que seguir. Así estaba seguro de continuar al día siguiente. Pero a veces, cuando empezaba un cuento y no había modo de que arrancara, me sentaba ante la chimenea y apretaba una monda de mandarina y caían gotas en la llama y yo observaba el chisporroteo azulado. De pie, miraba los tejados de París y pensaba: «No te preocupes. Hasta ahora has escrito y seguirás escribiendo. Lo único que tienes que hacer es escribir una frase verídica. Escribe una frase tan verídica como sepas.» De modo que al cabo escribía una frase verídica, y a partir de allí seguía adelante. Entonces se me daba fácil porque siempre había una frase verídica que yo sabía o había observado o había oído decir. En cuanto me ponía a escribir como un estilista, o como uno que presenta o exhibe, resultaba que aquella labor de filacterio y de voluta sobraba, y era mejor cortar y poner en cabeza la primera sencilla frase indicativa verídica que hubiera escrito. En aquel cuarto tomé la decisión de escribir un cuento sobre cada cosa que me fuera familiar. Tenía esa intención presente siempre que escribía, y me daba una disciplina buena y severa.
En aquel cuarto aprendí también a no pensar en lo que tenía a medio escribir, desde el momento en que me interrumpía hasta que volvía a empezar al día siguiente. Así mi subconsciente haría su parte de trabajo y entretanto yo escucharía lo que se decía y me fijaría en todo, con suerte; y aprendería, con suerte, y leería para no pensar en mi trabajo y volverme impotente para rematarlo. Bajar la escalera cuando el trabajo se me daba bien, en lo cual entraba suerte tanto como disciplina, era una sensación maravillosa y luego estaba libre para pasear por todo París."
En aquel cuarto aprendí también a no pensar en lo que tenía a medio escribir, desde el momento en que me interrumpía hasta que volvía a empezar al día siguiente. Así mi subconsciente haría su parte de trabajo y entretanto yo escucharía lo que se decía y me fijaría en todo, con suerte; y aprendería, con suerte, y leería para no pensar en mi trabajo y volverme impotente para rematarlo. Bajar la escalera cuando el trabajo se me daba bien, en lo cual entraba suerte tanto como disciplina, era una sensación maravillosa y luego estaba libre para pasear por todo París."
(Ernest Hemingway. "París era una fiesta")
12 comentarios:
Yo tengo una canción registrada que se llama "Ya no te quiero". Creo que es buena. Hace mucho tiempo que decidí que escribir no era lo mío, así que ahora solo lo hago por incordiar.
Cuando vuelva aquí definitivamente el título de mi blog será algo así como "Infiltrado en el Imperio". Mientras tanto he empezado una nueva sección: "Cartas a Lucía" en la que trato de explicar a mi pequeña que aunque me voy de su lado la sigo queriendo.
Tras los toreros, los escritores deben de ser las personas más supersticiosas del mundo. Nunca ayuda alguna, humana o del inframundo, será suficiente para asegurarse el que la máquina de la creación esté engrasada.
Volveré, y seguiremos hablando.
Se me ocurre, así de pronto (y esto se me acaba de ocurrir, por lo que probablemente resulte equivocado), que el problema no es escribir: el problema es querer hacerlo bien. Si uno solo sintiera la necesidad de escribir, no le concedería tanta importancia al resultado final.
O, dicho de otro modo, el problema es tomarse esto en serio. Uno, por mucho que se jacte de lo contrario, no escribe para uno mismo: uno escribe para que los demás sientan lo mismo que tú has sentido al pensar una historia (estas cosas, que conste, se me están ocurriendo ahora, al menos en este orden) -digo al pensar una historia porque, generalmente, esa historia magistral que has pensado es, con suerte, una historia resultona cuando se materializa en el papel.
Quizá de ahí venga esa sensación de culpa cuando no escribimos; no por nosotros, sino porque estamos privando a los demás de una historia grande. Hay cierta dosis de búsqueda de reconocimiento en los que escribimos (y no digo que sea malo).
En mi caso, por hablar de alguien a quien concozco, me gustaría decir que escribo lo que me gustaría leer; pero, por otro lado, tengo la certeza de que nunca escribiré como tal o cual autor que admiro; entoces, si lo que querría leer ya está escrito, ¿por qué sigo escribiendo?
La respuesta tal vez sea demasiado sencilla: porque me gusta escribir. Pero también me gusta que alguien lea lo que escribo, y que le guste, y ahí empieza al problema. Creo.
Pero, ya digo, todo esto se me acaba de ocurrir. Igual mañana pienso otra cosa.
pd.- se agradece la mención, aunque el mérito es de Bukowski.
pd2.- me gustó esta entrada.
Levita:Me parece que algo parecido le pasa a todos y cada uno de los que escriben, sean autores consagrados, escritores inéditos, aprendices, etc. Pero, más allá de ese estado narcótico que uno experimenta al terminar una relato, un poema, o lo que sea, a mí la sensación que más me gusta es la de, simplemente --nada más y nada menos-- haber escrito bien. Que se haya dado bien el día, que uno pueda sentir que la escritura es una actividad casi natural.
Es verdad, queda menos para los 36, pero voy a ver si hago un pacto mejor con el diablo...
KUS: Compañero, no puedo ni imaginarme lo difícil que debe ser esto que estás haciendo. Ánimo.
Un abrazo.
Raúl: Dices "volveré" ¿eso es que te vas de vacaciones?
En cuanto a manías, yo sólo me reconozco una importante: el silencio. Necesito silencio para escucharme. Si no lo consigo cerrando la ventana y la puerta de la habitación donde estoy --cuando eso es posible-- entonces recurro a los tapones para los oídos, que son el gran invento del siglo. Por ejemplo, últimamente viajo bastante en tren, y si no fuera por los tapones no podría leer y tendría que matar a más de uno...
Viajero Solitario: Estoy de acuerdo con lo que dices. Mis momentos de bloqueo sin duda están directamente relacionados con la auto-exigencia. Me da algo de vergüenza; pero es verdad que ha habido veces en que me he dicho: si de algún modo sé identificar un buen relato que no es mío, si más o menos se analizarlo y desmigarlo, si he aprendido a reconocer en la práctica ciertos detalles que lo diferencian de otros intentos menos afortunados de literatura, si creo mirar el mundo de una forma algo más personal de lo que hace la gran masa apestosa, si soy capaz a veces de manejarme con el lenguaje lo justo, al menos como para hacerme entender ¿no podré escribir relatos mejores que los que he escrito hasta ahora? ¿No soy capaz de de escribir UN buen relato, uno solo que me acredite como alguien que tiene algo que decir y sabe cómo hacerlo? Pues esto, además de ser de un vanidoso que espanta, es una gran cagada. Si me siento a escribir pensando que voy a hacer algo grande, entonces me bloqueo y no escribo más que disparates pretenciosos. Uno no puede encerrar "la verdad de su tiempo" en unas solas líneas. Primero, porque tal cosa no existe; segundo, porque a lo más que se puede aspirar sería quizá a un esbozo de ciertos detalles que no son más que iconos, señales de que hay toda una red de carreteras que conducen a la locura o a un atisbo de certidumbre tan fugaz que no deja recuerdo ni huella.
En fin, que si uno escribe de un modo totalmente racional, el resultado es infumable. Hay que dejar espacio para que el subconsciente haga su trabajo. Creo que esas chiribitas que destellan en algunos textos no están ahí colocadas por la mano del escritor, sino que son un efecto, un síntoma de que el texto ha cobrado vida. No hay nada de racional en ello.
Perdón por las imágenes y las ideas abstractas e imprecisas, pero es tan difícil...
En definitiva, para evitar el bloqueo yo me siento a escribir por el simple hecho de escribir. Ordenar palabras y pensamientos es incluso terapéutico; relaja. Juego a combinar términos, ideas, obsesiones qué sé yo, lo que se me ocurra. Al final aparace una necesidad de ordenar algunas de esas cosas en una historia. No estoy seguro de que el resultado sea que escribo mejor que antes, peor al menos escribo, lo cual apacigua bastante la ansiedad de quien quiere crear.
He vuelto a enrollarme. He vuelto a hacerlo.
Lo siento...
Dije "volver", por volver a comentarte, pues la primera vez, fue una visita de pura cortesía, necesaria tras la priemra de las lecturas.
Y aquí estoy de nuevo...
No sé si te ocurrirá a ti también, no sé si también el Viajero o cualquier otro de tus comentaristas compartirá la debilidad de lo que voy a decir, pero desde el punto de vista del ejercicio de escribir, yo soy un cochino envidioso; pues practicamente todas las cosas que les leo a personas que como yo podríanser consideradas como "amateurs", me gustan mucho más de lo que yo escribo. No puedo evitarlo.
Comentando esta curiosa y nefasta peculiaridad con alguien de ciencia, me dijo que en ella se evidenciaba una manifiesta falta de autoestima, una obvia ausencia de seguridad en lo propio. No voy a ser yo quien desdiga a los sabios, pero lo que si puedo hacer para no sentirme una ave rara, es creer que es ahí donde radica el mal del que escribe; en la falta de seguridad, en la ausencia de certeza sobre la calidad de lo que se está creando.
Al respecto también he de decirte, que el único momento en el que puedo evitar esa fatal sensación de inseguridad que me obliga irremedaiablemente a envidiaros, es en el preciso instante en el que doy por terminado el cuento, el guión o la novelilla que tenía entre manos, y le doy esa primera y honrosa lectura tras el finiquito; en ese momento, me siento bien, vanidoso y satisfecho conmigo mismo... Aunque no dura demasiado, tan bendita y reparadora sensación.
Me siento bastante identificado con lo que habeis dicho (he releído el artículo de Ford y las entradas del blog de Enrique Paez, muy, muy ilustrativo). Yo creo que todo el que pretenda escribir padecerá tarde o temprano la obsesión por escribir-producir algo ya no genial (¡no por Cortázar!), sino al menos digerible, que se deje leer, que tenga contenido y no sea una sarta de tópicos; esa obsesión que al mismo tiempo nos quita las ganas y nos pone a buscar cualquier actividad dilatoria para no hacerlo. Pero esta obsesión por el perfeccionismo y la regularidad no viene dada por el oficio, creo yo, sino que forma parte de la personalidad de cada cual. También le puede pasar a un guitarrista, por ejemplo (aunque los músicos tienen la suerte de poder tocar composiciones ajenas). Le puede pasar a cualquiera que ponga el corazón o las tripas en lo que hace, aunque el nivel varía.
Lo que quiero decir es que en cierto modo los que escribimos somos deportistas, y por lo tanto necesitamos concentración pero también momentos de ocio y descanso (perdón por la comparación, pero los futbolistas profesionales no deben de entrenar más de cuatro horas diarias, y a mí me da que culpables, lo que es sentirse culpables...). El objetivo es saltar más alto en el siguiente intento, o al menos al mismo nivel. Y mejor todavía si prescindimos del listón y aparcamos los objetivos. Porque de ahí es de donde viene la autoexigencia que nos paraliza y la autoestima baja. Digamos que el único límite estaría en saber prescindir de lo que hemos escrito para avanzar sin fardos: eso ya es letra muerta, cementerio de palabras. Cada vez es la primera vez (lo cual en el fondo también es un alivio, ¿no?). Y como cuando preparábamos exámenes, hay que tomar vitaminas y tirarse en el sofá a ver la tele, asomarse a la ventana, coger una escoba y barrer el polvo, barrer el superyo y la envidia venenosa... Y no hacer caso de la obsesión, esa vieja que va siempre de negro y tiene la espalda encorvada porque le duelen los riñones, y lleva un látigo para autoflagelarse.
Escribir-producir sí, pero con el ritmo vital apropiado para cada cual: para mí no sería la cadena de montaje, con pausa de media hora para el almuerzo, sino el artesano que hace cestos de mimbre y respira y canta. Y desde luego, también desconfío de los escritores que van de sobraos. Que me caen antipáticos, vamos.
En fin, ya no me enrollo más.
PD: De todos modos, la mayoría de estos males que habeis citado como plagas bíblicas del escritor (envidia, autoestima por los suelos, alcoholismo, culpabilidad...), me da la impresión de que son producto de la soledad y la introspección. Es natural, a la que cavamos un poco asoma el bicho raro y poco sociable. Hablo por mí, claro, pero al igual que los futbolistas, a veces me ayudaría tener un entrenador que me estuviera encima y que me motivara para seguir haciendo cestos, perdón, escribiendo. Creo que algo así ya existe (pero en inglés, claro) y que se llama "coaching", una especie de asesor personal.
Raúl: creo que la envidia puede ser una aliada, porque nos empuja a mejorar. A veces me doy cuenta de la suerte que supone para mí, como amateur, no estar solo. Es decir, que ha habido y seguirá habiendo un tipo de escritor capaz de crecer solo, de iluminarse a sí mismo y crear escuela quizá. Pero no es mi caso, desde luego. Si yo mejoro, será, además de por mi esfuerzo y las horas de aislamiento e introspección frente a la pantalla con fondo blanco y curso parpadeante, porque leo y envidio. Envidio un relato ajeno porque me doy cuenta de cómo su autor ha sido capaz de encontrar una forma concreta de contar "lo suyo". Y yo quiero aprender a contra "lo mío" de una manera eficaz, con las imágenes más adecuadas, la voz más personal y el tono más acertado, con la mejor pincelada en la prosa. En este sentido, la envidia está de parte de quien escribe, según me parece. Por otro lado, también tiene su parte peligrosa, la envidia: el bloqueo. A veces la envidia me lleva a pensar que he equivocado el registro, que mi voz no brilla. Eso sí me puede bloquear, lo reconozco.
En cualquier caso, me consuela no ver la escritura como una competición, sino como una actividad personal y necesaria en la que cada esfuerzo individual es un viaje exploratorio a las entrañas del Ser. Cuantos más viajes hagamos más probabilidades tendremos de encontrar, aunque sea de casualidad, algo inesperado y valioso, no ya para nosotros, sino para cualquiera que nos lea. Y cuanto más oficio tengamos, más facilidad tendremos para poder trasmitirlo. (Este párrafo me ha quedado de lo más profético...)
Mientras nos sigamos envidiando y escribiendo a un tiempo, todo va bien.
Carlos: No puedo estar más de acuerdo contigo.
Yo, desde luego, me apuntaría a lo del entrenador personal ¿lo imaginas? alguien a quien confiarse para que te diga cuándo debes escribir y qué, de qué manera, con qué técnica, y cuando debes descansar, vaciar botellas en un antro o mirar por la ventana del vecino...
Para quine escribe, creo que lo más agotador no son las incomodidades, las horas de dedicación, los sacrificios, sino saber convivir con ese bicho raro que es imprescindible para la escritura, pero que da unos mordiscos de pantera y que si no se curan bien te vuelven loco.
Raúl, a mí me ocurre algo parecido a lo que comentas: la satisfacción por una creación propia es efímera, apenas se manifiesta en el momento en que la historia surge en la cabeza y, en contadas ocasiones, en el justo instante en que pongo el punto y final. Pero basta una semana de reposo en el cajón para que, cuando regreso al texto, lo encuentre lleno de carencias.
Como dice David, creo que la envidia puede ser una aliada, te puede ayudar a mejorar. Pero también te puede frenar. En mi caso, se da la circunstancia de que, cuando leo a según qué escritores, siento la repentina necesidad de no volver a escribir, consciente de la imposibilidad de acercarme siquiera mínimamente a lo que recién he leído. Me ocurre con pocos escritores, he de decirlo (Cortázar, Onetti, Rulfo, Girondo…), generalmente la lectura es un acicate para la escritura.
(Una cosa, Raúl: no hay motivo para que sientas envidia por lo que los demás “amateurs” escriben, tus textos son realmente buenos).
En cuanto al entrenador que comenta Carlos, no estoy muy seguro de quererlo. Creo que la escritura ha de ser, irremediablemente, un ejercicio de introspección, una exploración que cada cual debe acometer por su cuenta, sin brújula ni mapa. Es importante, no lo niego, el aprendizaje, los consejos, toda ayuda es poca, pero, en mi opinión, todo ha de ser previo a la escritura. Ya ante el papel uno ha de enfrentarse al texto en soledad. Es necesario que así sea, creo que uno, en el momento en que escribe, ha de estar lo menos influenciado posible.
Por cierto, David, una frase tuya (frente a la pantalla con fondo blanco y cursor parpadeante) me ha recordado un cuento que escribí, que hace referencia al bloqueo del escritor. Si alguno está aburrido puede leerlo pinchando aquí.
Saludos y disculpas por la extensión.
Vaya, veo que no me funciona lo del hipervínculo. Dejo la dirección del texto que comento, por si alguien tiene interés en echarle un vistazo:
http://extremofilos.blogspot.com/2008/04/el-escritor-indito-vs-el-cursor.html
Viajero Solitario: Hay casualidades que asustan...
Me ha encantado el relato. Muy estimulante. Lo ves, aquí está la envidia...
En mi opinión, Levita, se tiende a mitificar la figura del escritor. Un escritor, al fin y al cabo, es alguien normal (quizá tenga una mirada particular del mundo, pero cada cual tiene sus peculiaridades), con los mismos problemas y preocupaciones que el resto.
Me da a mí que ese problema de racionalización del tiempo es algo muy extendido: cuánto tiempo he de dedicarle al trabajo, cuánto a la pareja, cuánto a los hijos, al ocio. Desgraciadamente.
Comprendo tu inquietud; como se ha comentado por aquí, quén no se ha sentido alguna vez "culpable" por dedicar poco tiempo a la escritura y mucho a los amigos, o viceversa. Pero repito, creo que ocurre con todas las profesiones, con todos los oficios. Es uno de los males de nuestro tiempo (en el primer mundo): la falta de tiempo, o la mala utilización de él.
Quizá tengas razón en que la escritura, a diferencia de otras aficiones, es algo que se realiza en soledad y puede contribuir al aislamiento del que escribe. Supongo que es una cuestión de establecer prioridades y, sobre todo, de desmitificar a la escritura: yo me la tomo como un divertimento (serio, pero divertimento al cabo), no pasa nada si un día, o dos, u ocho no escribo. El mundo seguirá como si tal cosa.
Claro que todo esto es muy fácil de decir, pero no tanto de hacer.
Saludos.
Me sumo al parecer de El Viajero Solitario: desmitificar la figura del escritor.Tanto si escribes como si planchas camisas en una tintorería o investigas sobre el genoma, mantener un cierto equilibrio mental resulta una parte muy importante de tu existencia. El exceso de concentración en una actividad requiere un tiempo de descanso posterior, ya sea tumbado frente a la tele o en el bar (para un escritor el bar es mejor, por ser más auténtico y porque anestesia). Hay que evitar la obsesión. El superyó está siempre dispuesto a exigirte y a hacer que te sientas culpable. Así que, punto primero: a tomar por culo el superyó. Esto de la escritura es como una carrera de fondo, algo, en principio, de por vida. No hace falta exigirse cantidades industriales de prosa para sentirse uno escritor. De hecho, es pero. Es verdad que hay escritores que a los 30 años llevan 5 novelas, tres poemarios y quince colecciones de relatos. Vale, también los hay que tienen 25 cm de picha (con perdón). Pero el hecho de existan superdotados (con perdón)no nos excluye para realizar las misma actividades que ellos. Quemarse devotamente en la soledad de uno mismo para exprimir al escritor que se lleva dentro me parece un error, salvo que se haga de forma temporal, por que el estado de ánimo así te lo pida o porque uno reconozca que lo que tiene entre manos (con perdón) es algo muy bueno.
Porque el escritor también, como todos, necesita oxigenarse y recibir nuesvas impresiones del mundo, me parece más acertado buscar un equilibrio, llegar a un acuerdo entre las propias necesidades de escribir y quitarse la sed a cubatazos.
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