¿Contra corriente?
No he conocido en mi vida nada más alienante que el trabajo, al menos el trabajo tal y como lo dispone el sistema capitalista. Hasta hoy no ha habido nada que me haya separado tanto de mí mismo y de mi deseo como lo ha hecho el trabajo. Ayer discutía con unos amigos de tertulia acerca de si era distinto, en este sentido, el trabajo por cuenta propia de la sumisión y dependencia a la que obliga el trabajo por cuenta ajena. Los autónomos, por supuesto, decían que era tanto o más alienante el primero. Yo creo que el segundo se lleva el deshonroso premio, si bien nunca he conocido otra forma de esclavitud que la de estar sometido al capricho y la deshumanización de la maquinaria empresarial en busca del beneficio. Yo trabajo porque no puedo escapar, o no me atrevo, de esta selva de caníbales bien vestidos y perfumados. Hay tantas actividades a las que el ser humano puede dedicarse, tantas con las que incluso construir y mantener una sociedad de la que merezca la pena ser parte... Pero miro a mi alrededor y siento el desasosiego de haber nacido en un vertedero de seres humanos, hormigas incapaces de sentir (se), afanosos, entregados al trabajo (“como los chinos”, diría Henry Miller) y al consumo en una espiral alienante y sin salida. Y qué mala suerte supone, además, ser consciente de todo ello. Quizá podría envidiar a los hacendosos, a quienes encuentran su goce en la realización de las tareas obligadas, en el cumplimiento del deber, en la satisfacción del trabajo bien hecho. Pero no, no puedo. A mí me ha tocado en gracia el don de saber leer entre líneas, de descubrir las grietas en las esquinas húmedas, en el musgo, de fijar con tristeza la mirada en los decorados, incapaz de concentrarme en la representación de ninguna obra. Un pequeño infierno en vida, pequeño, en una vida que, de ser así, tampoco conoce la diferencia entre el paraíso y el infierno. Mas con esa suerte de don sobrevivo, un poco aturdido, eso sí, hasta que, sin remedio, llegue el día apocalíptico en que apenas sienta ya la memoria de la libertad animal como una pequeña corriente de aire que me sople en los talones, que diría Kafka en boca de Peter el rojo (no es casualidad, no, el subconsciente es una río vivo de todo lo que soy). De momento, para vivir con gracia, con cierta alegría (no renuncio a la búsqueda de momentos felices), me acostumbro al dolor de las heridas que se me infligen con el látigo y el yugo del deber más sagrado, del trabajo. Me convierto en revolucionario de salón, a la vez que acepto el drama de la existencia como algo esencialmente inmutable. Creo, por ejemplo, en la solidaridad, ¡pero apenas la practico!. Me gustaría echarle una mano al pobre Sísifo. Soy consciente de que él solo apenas puede con su piedra. Estoy convencido de la necesidad del esfuerzo conjunto; pero no hago nada, no “tengo tiempo”. Queda tanto de lo inmediato por realizar que, no sin asombro por mi parte, DECIDO alterar el orden de las prioridades, DECIDO que ya me ocuparé del sueño de la revolución escrita más adelante, muy pronto, cuando llegue el momento propicio, cuando se den las condiciones adecuadas, cuando perciba que hay posibilidad de abrir una brecha en el cemento... Mientras tanto, me digo, que la vayan preparando los otros, mis “camaradas”. Ellos podrán contar con todo mi apoyo... moral, lo juro. Eso me digo, eso decido, por más que lo disfrace. ¿Resulta incongruente? Yo creo que no, en absoluto. Es la lógica a la que se recurre por el mero instinto de conservación. He aprendido ya que no existe una ocupación para cada miembro de esta sociedad, que el mercado laboral es eso, un mercado. A veces, si tienes el valor de sacrificarlo todo, quizá puedas elegir la forma del producto con la que te ofreces en el mercado. Pero sólo a veces, nada se garantiza. A mí me falta valor, soy cobarde por naturaleza, un pusilánime, un idealista, y rechazo el mercado desde el hocico hasta la cola. Así que el mercado ha hecho de mí lo que le ha dado la gana. Me ha moldeado la forma original, me ha envasado y me ha puesto un precio. Soy un producto que alguien ha comprado y del que se saca un rendimiento “x”. ¿Qué más le da al comprador, al capitalista, al mundo, si yo puedo ser, además (no lo olvidemos, es “además”), sensible, embustero, capaz de ver, capaz de sentir, etc., si nadie me ha comprado para eso. De modo que sólo me queda ese “además”, el subproducto que nadie compra, para seguir siendo yo. Soy un “además”. ¿Esto sí resulta incongruente? No, esto tampoco, en absoluto. Por decirlo de alguna manera, consiento esta situación, al menos temporalmente, hasta que ambos, la suerte y el valor mínimo necesario, se alíen para permitirme cambiarlo, si acaso un intento de escritura puede significar un cambio, a menos que sea sólo un puente hacia otra cosa que aún no se vislumbra. Pero no tengo valor, ya lo he dicho, Así que no cabe esperar de mí grandes hazañas heroicas. Consiento y sobrevivo con gracia y cierta alegría, debido, en parte, a que soy un embustero. ¡Qué bien dotado estoy para el engaño, la farsa y la impostura! Es algo que me sale de forma natural, sin grandes esfuerzos. Lo hago con la misma soltura con la que como o respiro, con el mismo fin. Porque también, y donde más engaño, es en el trabajo. Soy un funambulista que miente para no perder el equilibrio y evitar así caer al suelo desde las alturas. Cada mentira es un contrapeso. Se trata de un equilibrio frágil. De modo que cuando se me exige, por ejemplo, como producto, atender con más garra al trabajo, yo, miedoso, embustero, equilibrista, aparco lo “demás” para luego, dejo de ser un poco mi ideal y transformo mi yo, miento y me expongo con gran cuidado a la forma de alineación más salvaje que conozco, con la esperanza de que la mentira me permita escabullirme pronto y regresar a lo que deseo ser. Y, por lo pronto, aquí, hoy, lo intento, escribo, regreso...
Gracias a todos por los comentarios que habéis dejado en este tiempo. Os iré contestando poco a poco, si mi agente de la condicional me lo permite.
12 comentarios:
Pero hay algo importantísmo que has olvidado mencionar y es que al menos eres consciente, te paras a pensar en ello. No es lo más habitual, lo normal es mirar para otro lado o encender la tele cuando aparece el run run de un pensamiento crítico. Un saludo y bienvenido, se te ha echado de menos...
Discrepo de la buena de Araceli (y ahora entro a hablarte a ti). Creo que si que es habitual pensar sobre estas cosas y mirar al problema a la cara. Lo sorprendente y po tanto meritorio, es hablar del asunto, tal y como tú lo haces; con desparpajo y voz crítica.
No puedo por tanto, ni absolverte de tus culpas (pues son o han sido las mías durante mucho tiempo) ni tampoco condenarte a galeras por tu falta de valor, por tu aburguesamiento, o por decantarte ante la rendición, y no ante la insumisión; pues debería entonces acompañarte en la cuerda de presos.
Tampoco me despediré haciendo un canto a la resignación, sino, en todo caso, con un sencillo grito: adelante¡.
Vaya, David, podría decirte que suscribo todo lo que has escrito, palabra por palabra, que me siento reflejado, vaya.
Yo, hace tiempo que dejé de creer que el trabajo podía aportarme algo parecido a la satisfacción, y lo lamento, dadas las horas que pasa uno trabajando. Hace tiempo que decidí que mi realización personal llegaría a través de las cosas que hiciera una vez concluida la jornada laboral. Tengo la impresión, como tú, que el trabajo aliena, nos convierte en piezas de un engranaje, en artificios que realizan meras labores mecánicas que no se sabe bien a quién beneficia. Envidio, eso sí, a quien trabaja en algo que de veras le gusta, que le llena. Pero no conozco a casi nadie en esa situación.
Un saludo cómplice.
Para empezar a responder, primero quiero daros las gracias a todos por vuestro apoyo, por haberme atendido nada más regresar. Os confieso que he echad de menos vuestras mentes y vuestra sensibilidad. Vamos, que os he echado de menos...
Araceli: Tratar de ser sincero conmigo mismo está resultando una auténtica catarsis. No sé si, a la larga, el efecto que pudiera causar sería positivo, así que lo modero, lo suelto poco a poco, por miedo a convertirme en un monstruo que se devora sus propias tripas (creo que el tiburón azul hace eso... Siendo adolescente me leí la novela de “Tiburón”, en la que se basa la famosa peli. En cierto pasaje, alguien pescaba un tiburón azul, le abría las tripas con un cuchillo, lo arrojaba al agua y contemplaba cómo el animal se devoraba las tripas antes de morir... ¡qué cosas más tontas se recuerdan a veces!) ; pero, de momento, me sienta bien, me siento vivo. Con suerte, quizá llegue el día en que, cuando me mienta, lo haga siendo perfectamente consciente de que es una forma de transformar lo más crudo de la realidad en algo más amable.
Raul: Quizá tampoco tenga mucho mérito contarlo, porque, al fin y al cabo, es algo que necesito hacer. Si bien he estado intentando, desde hace un tiempo, denunciar lo absurdo de nuestra sociedad, la mayor parte de las veces lo he hecho con una pose, una impostura que, en definitiva, también es tremendamente absurda. ¿Acaso escribir un relato, una entrada en un blog, etc. tiene alguna trascendencia?. Critico lo absurdo, lo injusto, lo insolidario, etc., no para construirme una forma de vida, un castillo impenetrable de altísima moral en el que habitar a solas, sino porque me revuelve las entrañas, así de sencillo. Quizá la ideología de izquierda con la que me identifico, y casi me defino, sea una suerte de racionalización de los retortijones que nos provoca la visión de lo injusto, sea la práctica de expresar con un lenguaje, con una ordenación de significantes, un sentimiento profundo de respeto por el ser humano. El peor enemigo del hombre y la mujer de izquierdas es él/ella mismo/a, porque perseguir los ideales de justicia, solidaridad, igualdad, etc. conllevan una autoexigencia difícil de soportar. Aquello que el psicoanálisis llama el “superyó” puede ser tremendamente destructivo. En ocasiones, la autoexigencia te puede llevar a parecer (a ser) absurdo. Por eso he considerado importante dejar a veces mi impostura a un lado. Como ya he dicho, yo muchas veces miento, en todas direcciones, para poder mantener el equilibrio: miento en el trabajo, porque consiento; y miento con respecto al ideal de mí mismo, porque no actúo en consecuencia con lo que predico. No pretendo dejar de mentir, sino hacerlo sólo cuando sea necesario, para que aquellos que necesiten creerse mi mentira me dejen tranquilo, que no me molesten. Lo que pretendo es poner muuucho cuidado en no creerme yo mis propias mentiras, y tampoco mentir a quien no me lo exige. Por eso me exhibo aquí, porque vosotros no necesitáis mis mentiras...
Viajero: Hasta hace poco había conseguido que mi trabajo me dejara la mente libre para mis propios pensamientos, al menos la mayor parte del tiempo. Había conseguido que mi vida después del trabajo me llenara; pero ciertos cambios de organización me han obligado a dedicar casi todos mis esfuerzos al trabajo, lo queme deja exhausto. Estoy intentando recuperar mi espacio, pero no es fácil. Me exigen, me exigen, y yo en realidad no quiero, pero no me queda más remedio, al menos por el momento. Voy a tener un poco de paciencia, a ver si encuentro la forma de adaptarme mejor al cambio.
Hay gente, como dices, a quien le llena su trabajo; pero yo me temo que a la mayoría de quienes afirman esto lo que les gusta es saber lo que tienen que hacer, que es mucho más sencillo que tirarse de cabeza al vacío de la duda “¿Qué es lo que realmente quiero?”. Por otro lado, hay algunos cabronazos que disfrutan con su trabajo...
Yo ya me planteé el debate conmigo mismo y he llegado a la conclusion, más o menos como tú, de que soy un cobarde sin valor para, como han hecho algunos, salir de esta sociedad y vivir de otra forma. Así que vale, estoy metido en ella. He mirado a ver cómo se podría cambiar desde dentro pero todos los caminos que he encontrado llevan a un callejón sin salida, a la misma sociedad pero dominada por otros perros con otros collares. No tengo claro que merezca la pena. Así pues, ya sé de sobra que estoy alienado y soy cobarde. Lo único que sé hacer es intentar mantenerme a flote, soñar aunque tenga el agua al cuello, más o menos como tú...
Hola David, estoy de acuerdo con lo que escribes, y casi todos somos prisioneros y ocupamos celdas de esta carcel descomunal. Te pongo aquí una frase de Michel Carrouges: "La primera prisión, la más irremediable sobre todo, consiste en creerse libre cuando no es cierto. Cuando se ha reconocido la realidad de la prisión, cuando se han investigado sus muros y puesto a prueba el talante de los guardias, entonces -muy a pesar de sus tormentos- se hace posible trazar un plan de fuga y hasta poder ejecutarlo un día".
Eres libre de la primera prisión, mucho ánimo, un abrazo
"Se trata de un equilibrio frágil".
(...)
"Y, por lo pronto, aquí, hoy, lo intento, escribo, regreso..."
(...)
“¿Qué es lo que realmente quiero?”.
(esto lo has escrito en un comentario)
Me quedo con estas tres frases que has escrito.
Quédatelas tú también.
Piensa... realiza una pincelada corta de cómo debería ser el futuro.
Defínelo en tu posibilidad de tiempo.
(...)
p.d.; y con ganas me quedo de invitarte a un café...
;))
A mí me gustaría pensar que sería suficiente con ser valiente, pero tengo la impresión de que el problema es mucho más gordo y ni siquiera depende de nuestra valentía. Quizás sea una excusa, un conformismo funcional. En cualquier caso, el capitalismo podrá con casi todo, pero nunca con nuestras conciencias, que siempre serán libres. No nos queda mucho margen, pero no vayamos nunca por el medio. Un saludo.
Hola, David.
Dices cosas interesantes, llenas de rabia y sinceridad, pero hay una que me llama sobre todo la atención.
Tienes el don. El don de saber leer entre líneas, de descubrir las grietas en las esquinas húmedas, en el musgo, de fijar con tristeza la mirada en los decorados, incapaz de concentrarme en la representación de ninguna obra. Además, eres sensible y embustero, un funambulista del embuste.
Esta es una posible y hermosa definición del artista. De modo que eres un artista.
Un abrazo
Jesús
Los mismos nazis lo ponían en los campos de concentración: "El trabajo os hará libres". Eso es lo que nos quiere hacer creer el sistema capitalista, que el trabajo es lo mejor que nos puede pasar, y no, en general lo único bueno del trabajo es el sueldo que te permite vivir al día, a parte de conocer a alguien que merece la pena de vez en cuando.
Qué decir? poco más. Leerte ha sido como ver lo que se vislumbra desde la rendija de unos ojos entrecerrados...
Eso que más que verse se intuye y encoge el estómago dejando la quemazón ahí, esperando otro vislumbre.
He recordado un poema aforismo de un poeta que creo que sabe "ésto" y sigue vivo: Las puertas de las cárceles dan a ambos lados. (Eduardo Mazo, el poeta argentino que sobrevive vendiendo sus libros en las ramblas mientras les mira el culo a todas las mujeres que pasan por ahí cerca...)
Un saludo cordial.
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