Uno de cada tres jóvenes españoles, a favor de la pena de muerte...
Eso asegura el Informe Juventud en España 2008, del que se hacían eco los diarios españoles el pasado martes, entre ellos Público, y sobre el que me ha hecho reflexionar hoy mi amigo Méndez.
Parece que estos jóvenes, cada vez más fascistas, no quieren aprender de la experiencia de las generaciones que les han precedido. Este resurgimiento de los sentimientos racistas, ultra-nacionalistas, conservaduristas y fanático-religiosos sólo puede ser fruto de una carencia de conocimiento insalvable en materia humanista. Tan centrados están los planes educativos (y no puedo evitar que me tiemblen los hombros al pensar en el plan de Bolonia) en materias prácticas pro-empresariales que nuestros jóvenes no conocen al ser humano, sino a su representación capitalista y competitiva. Regresamos a la táctica de culpar al otro, al extranjero, de la quema de brujas, del exorcismo y el chivo expiatorio. Esta sociedad ha criado, en lugar de mentes jóvenes y despiertas, perros que guarden la propiedad privada de sus amos, “Elmers” obsesionados en que el “bugs bunny” de turno no le robe las zanahorias que por derecho divino les pertenece.
Esto da para varios ensayos, me temo, pero para pocas soluciones.
Por otro lado, volviendo a la encuesta, habría sido interesante saber cuántos de esos supuestos jóvenes emancipados viven de lo que les da papá: en pisos de estudiantes o residencias, en países extranjeros a costa de la plusvalía del trabajo de aquellos a quienes desprecian...
Mierda de mundo el que hemos construido ¿no?. A veces uno se pregunta qué haría en caso de tener delante un botoncito rojo para la destrucción total asegurada...
Parece que estos jóvenes, cada vez más fascistas, no quieren aprender de la experiencia de las generaciones que les han precedido. Este resurgimiento de los sentimientos racistas, ultra-nacionalistas, conservaduristas y fanático-religiosos sólo puede ser fruto de una carencia de conocimiento insalvable en materia humanista. Tan centrados están los planes educativos (y no puedo evitar que me tiemblen los hombros al pensar en el plan de Bolonia) en materias prácticas pro-empresariales que nuestros jóvenes no conocen al ser humano, sino a su representación capitalista y competitiva. Regresamos a la táctica de culpar al otro, al extranjero, de la quema de brujas, del exorcismo y el chivo expiatorio. Esta sociedad ha criado, en lugar de mentes jóvenes y despiertas, perros que guarden la propiedad privada de sus amos, “Elmers” obsesionados en que el “bugs bunny” de turno no le robe las zanahorias que por derecho divino les pertenece.
Esto da para varios ensayos, me temo, pero para pocas soluciones.
Por otro lado, volviendo a la encuesta, habría sido interesante saber cuántos de esos supuestos jóvenes emancipados viven de lo que les da papá: en pisos de estudiantes o residencias, en países extranjeros a costa de la plusvalía del trabajo de aquellos a quienes desprecian...
Mierda de mundo el que hemos construido ¿no?. A veces uno se pregunta qué haría en caso de tener delante un botoncito rojo para la destrucción total asegurada...
6 comentarios:
No les culpemos sólo a ellos... detrás de todo esto estamos los padres.
Qué les hemos ofrecido a lo largo de su periplo existencial a estos jóvenes???
... NADA.
Generaciones de ignorantes sostendrán nuestro jubielo. Ese será nuestro futuro. Lo que nosostros quisimos dejar aquí con nuestro mínimo esfuerzo.
Yo sigo creyendo que esta sociedad basada en el consumo que hace que los dos padres tengan que trabajar es culpable. Sobre todo porque las madres se sienten culpables de no estar con sus hijos y tratan de compensarlo. El resultado: niños malcriados.
Mientras nos quejamos de los extranjeros los empleamos con chollos en plan: camarera de 12 a 16 horas, 6 días a la semana por 900 euros. Eso sí, nos quejamos amargamente porque al "niño" le han puesto deberes en el colegio (y claro eso es totalmente incompatible con la "play").
Desgraciadamente no encontramos un término medio. O tenemos profesores que abusan de autoridad o tenemos ahora a "peleles" que no pueden hacer nada por temor que los padres les peguen o les caiga una demanda. O tenemos a los grises dando palos por las calles o tenemos una policía que ve un atraco y prefiere darse la vuelta a meterse en líos.
Creo que independientemente de la visión política de cada uno, todos sabemos lo que está bien y lo que está mal. Recuerdo unas palabras de Cruyff pidiendo que hubiese menos reglas en el fútbol para que no fuesen malinterpretadas. Las leyes deberían ser así. No deberían tener tantos recovecos.
Amigo Peter, nosotros, los soñadores, los que creemos en un mundo mejor debemos olvidarnos de botones rojos y predicar (aunque sea en el desierto) que es posible cambiar el mundo aunque sea un poquito a mejor. ¿Como? Siendo mejores individualmente. Demostrando a los demás que se puede vivir así. Olvídate de botones rojos y da gracias (no a Dios porque eres tan ateo como yo) de la preciosa mujer que se despierta cada mañana a tu lado, de tu trabajo que aunque no es lo que sueñas te permite tener tiempo suficiente para leer o deleitarnos con tus palabras, de no tener que vender un hijo a una plantación de cacao o a una hija a un burdel. Por mucho que nos quejemos no dejamos de ser unos privilegiados. No caigamos en ser tan egoístas como ese 33% de niñatos que creen que son superiores por haber nacido en un país y no en otro.
En el mundo del YO no hay mucho sitio para el NOSOTROS, no digamos ya para LOS-OTROS (potencialmente, todos malos, todos asesinos).
Mierda de mundo, sí. Y pocas soluciones.
Anónimo: No te falta razón, compañero. No es justo que se les culpe solo a ellos de algo a lo que muchos han contribuido y otros tanto consentido. Pero el mal está hecho, y no parece que haya tanta gente descontenta con esta situación como nos gustaría creer. De hecho, los mismo diarios lo muestran como algo anecdótico, como la curiosidad del día. Hemos creado un sistema monstruoso al que arropamos por las noches, no sea que se resfríe.
Kus: Amigo, lo del botón rojo, claro, es una forma de renegar de esta especie a la que por azar pertenecemos. También es pequeña provocación, lo reconozco. Y un grito de rabia, un puñetazo en la mesa, un echarse las manos a la cabeza y preguntarse “¿pero cómo es posible...?”. Pero sobre todo es una expresión fruto de la desesperanza. No confío en ver el día en que el hombre deje de ser un lobo para el hombre. De hecho no confío en que esto ocurra jamás y, sin embargo, seguimos luchando, seguimos luchando, seguimos luchando... Este pesimismo antropológico mío me hace pensar que nada se perdería de faltar el hombre en esta ecuación cosmológica, en esta experiencia de vida tan catastrófica. Pero no soy una amenaza física para nadie. Puedo ser una amenaza para un determinado modo de vida, pero no para la propia vida. No me siento tan acorralado.
¿Merece la pena luchar? No tengo ni idea. No, si me centro en valorar sólo la posibilidad de conseguir aquello que se persigue; pero al menos luchando se consigue que el vacío existencial tenga un perímetro más estrecho: quizá sea el bálsamo de no aceptar la injusticia. Depende de que uno haga un zoom de fuera a dentro y de dentro a fuera. Relativismo, amigo. Entonces, sí, merece la pena luchar. Y aunque alguno diga que luchar es una expresión belicista y trasnochada, lo cierto es que nadar a contracorriente es una lucha, aunque ello no implique el posterior recuento de bajas. Quizá tenga más valor este esfuerzo cuando se sabe que se está arando en el océano, cuando no hay recompensa final más allá del hecho de haberlo intentado, lo cual no es poco. Y al mismo tiempo, sin que una cosa deba sustituir a la otra, uno se da cuenta de la suerte que tiene, claro que sí. Por un lado, reconocer la propia situación privilegiada le hace a uno tomar conciencia de a lo que otros tienen que renunciar. El tipo de bienestar del que nos beneficiamos en el mundo occidental es un juego de suma cero, lo que supone que cuando una parte gana privilegios siempre hay otra que los pierde (aunque ya no le queden privilegios, sigue perdiendo, sí, mientras le quede vida). No es absolutamente necesario que esto sea así; pero el sistema que toleramos obliga a ello. Nuestra riqueza perpetúa la pobreza de otros que no han cometido mayor falta que haber nacido en la periferia de este capitalismo extremo. Pero ese 33% de niñatos está ciego. Nosotros hemos contribuido a su ceguera. Y junto a ese 33% un número extremo de consentidores que se ha replegado egoístamente a un bienestar interior que se olvida del sufrimiento de otros, que no cuestiona el statu quo o, en el mejor de los caso, lo cuestiona sin implicaciones, de manera superficial, casi sin esfuerzo, repitiendo otro eslogan que no requiere reflexión alguna y dice: “¡Qué desgracia!”, ¡”El mundo está loco!”.
Claro que me siento afortunado, y claro que encuentro satisfacción en las pequeñas cosas que rodean mi vida cotidiana. No soy un ser humano que vive cabreado. No vivo cabreado, ya no, aunque haya siempre un poso de indignación con respecto a aquello que me rodea. ¿Cambiaremos algo, querido Kus? No lo sé. Algo sí, con algo podremos ¿no? No seré , no puedo ser, avanzadilla en la lucha, no puedo ser ese soldado de las películas que salta de la trinchera a pecho descubierto porque es un héroe, al que baten a tiros en dos segundos y cuya lucha termina en el suelo en ese mismo instante. Pero estoy con los demás y mis piernas se mueven. Soy crítico y en muchos aspectos inflexible, pero no soy un ser humano cabreado.
Y seguimos luchando, amigo, seguimos luchando.
Un fuerte abrazo
On the road: Ese individualismo exacerbado no se reconoce más que a sí mismo ¿verdad?. Se dice que un cambio de paradigma es precedido por una crisis que los invalida al actual... ¿Llegaremos a verlo?
En defensa de los jóvenes, siempre se ha dicho que no hay alumnos malos, sino profesores incompetentes. Que nos sirva esta máxima -más o menos refutable- para romper una lanza en pos de una educación seria, objetiva, y basada en el "hombre" como concepto, medio y objetivo. De lo contrario, seguiremos creando monstruos.
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