La perfección es el consuelo de quienes no tienen nada más
Hace un tiempo hice una traducción de un artículo de Richard Ford. Como la traducción tuvo buena acogida y nadie me amenazó de muerte por ello, me he atrevido hoy con un artículo de Steven Millhauser acerca del relato breve. Espero que lo disfrutéis.
La Ambición del Relato Breve
Por STEVEN MILLHAUSER
Publicado en The New York Times: 3 de Octubre de 2008
Traducido por David Condés: 15 de Octubre de 2008
El relato breve: ¡qué porte modesto! ¡qué maneras humildes! Se sienta ahí, en silencio, con la mirada baja, casi como si tratara de pasar desapercibido. Y si de algún modo ha de atraer tu atención, dice con rapidez, en un tono valiente de ligero auto-reproche, consciente de todas las posibilidades de la decepción: “no soy una novela, sabes. Ni siquiera una corta. Si es eso lo que estás buscando, no me quieres a mí”. Rara vez una forma ha dominado tanto a otra. Y nosotros lo comprendemos, asentimos con complicidad: aquí en América, el tamaño es poder. La novela es el Wal-Mart, el increíble Hulk, el avión jumbo de la literatura. La novela es insaciable: quiere devorar el mundo. ¿Qué le queda por hacer al pobre relato breve? Puede cultivar su jardín, practicar la meditación, regar los geranios en la jardinera de la ventana. Puede asistir a un curso de literatura creativa no novelesca. Puede hacer lo que más le guste, siempre y cuando no olvide cuál es su sitio: siempre y cuando permanezca callado y se mantenga al margen. “¡gresca!” grita la novela. "¡Aquí llego!" El relato breve siempre anda ocultando la cabeza para cobijarse. La novela acapara el terreno, corta los árboles, levanta los bloques de pisos. El relato breve se escabulle entre el pasto, se cuela por debajo de la cerca.
Por supuesto que existen virtudes asociadas a lo pequeño. Incluso la novela lo reconocerá. Las cosas grandes tienden a ser inmanejables, pesadas, toscas; lo pequeño es el reino de la elegancia y de la gracia. Es incluso el reino de la perfección. La novela es exhaustiva por naturaleza; pero el mundo es inagotable; por lo tanto la novela, ese batallador de Fausto, nuca consigue alcanzar su deseo. Por contraste el relato breve es inherentemente selectivo. Al excluir prácticamente todo, puede dar una forma perfecta a lo que queda. Y el relato breve incluso revindica un tipo de compleción que la novela elude: tras el acto inicial de exclusión radical, puede incluirlo todo de lo poco que queda. La novela, cuando se acuerda del relato breve, se complace en ser generoso. “Te admiro”, dice, colocando su basta mano sobre el corazón. “En serio. Eres así –eres así-” ¡Tan bello! ¡tan sutil! ¡de tan alta categoría! E inteligente también. La novela difícilmente consigue contenerse. Al fin y al cabo ¿qué importancia tiene? No es más que palabrería. Lo que a la novela le importa es la inmensidad, es el poder. En el fondo de su corazón desprecia al relato breve, que se las compone con tan poco. No soporta la austeridad del relato breve, su inhibición del apetito, sus negaciones y renuncias. La novela quiere cosas. Quiere territorio. Quiere el mundo entero. La perfección es el consuelo de quienes no tienen nada más.
Ese es el valor del relato breve. Modesto en sus pretensiones, tímidamente orgulloso de sus pequeñas virtudes, algo inquieto con relación a su presuntuoso rival, se conforma con volver a sentarse y dejar que la novela se encargue del gran mundo. Sin embargo, sin embargo. La pose modesta –¿me equivoco, o es un poco exagerada? Esas miradas de soslayo- ¿contienen un toque de malicia? ¿Puede ser que el pequeño relato breve se atreva a tener sus propias ambiciones? Si es así, nunca las admitirá abiertamente, debido a un agudo instinto de autoprotección, un dilatado hábito de secretismo nacido de la opresión. En un mundo regido por las jactanciosas novelas, lo pequeño ha aprendido a abrirse paso con cautela. Tendremos que intuir su secreto. Imagino al relato breve protegiendo un deseo. Imagino al relato breve diciéndole a la novela: Puedes tenerlo todo –todo- lo que yo pido es un simple grano de arena. La novela, con un encogimiento de hombros despreocupado, en un gesto a la vez jovial y despectivo, concede el deseo.
Pero el grano de arena es la vía de escape del relato. El grano de arena es la salvación del relato. Sigo el ejemplo de William Blake: “Ver el mundo en un grano de arena”. Piensa en ello: el mundo en un grano de arena; lo que es igual que decir: cada parte del mundo, por pequeña que sea, contiene el mundo por entero. O por decirlo de otro modo: si concentras tu atención en una porción aparentemente insignificante del mundo, encontrarás, en las profundidades de su interior, nada menos que el propio mundo. En ese sencillo grano de arena yace la playa que contiene al grano de arena. En ese sencillo grano de arena yace el océano que rompe contra la playa, el barco que navega el océano, el sol que brilla sobre el barco, los vientos interestelares, una cucharilla en Kansas, la estructura del universo. Y ahí tienes la ambición del relato breve, la terrible ambición que subyace a su modestia fraudulenta: dar cuerpo al mundo entero. El relato breve cree en la transformación. Cree en los poderes ocultos. La novela prefiere las cosas a plena vista. No tiene paciencia con los granos de arena individualmente, que brillan pero son difíciles de ver. La novela quiere barrerlo todo con su poderoso abrazo: orillas, montañas, continentes. Pero nunca puede tener éxito, porque el mundo es más extenso que una novela. El mundo se escapa corriendo en cada punto. La novela salta sin descanso de un lugar a otro, siempre hambrienta, siempre insatisfecha, siempre temerosa de llegar a un final: porque cuando ella se pare, exhausta pero nunca en paz, el mundo se la habrá escapado. El relato breve se concentra en su grano de arena, en la creencia apasionada de que ahí -justo ahí, en la palma de su mano- yace el universo. Busca conocer ese grano de arena de la manera en que un enamorado busca conocer la cara de su amada. Espera el momento en que el grano de arena revele su verdadera naturaleza. En ese momento de expansión mística, cuando la flor macrocósmica rompe de la semilla microcósmica, el relato breve siente su poder. Se hace más grande que él mismo. Se hace más grande que la novela. Se hace tan grande como el universo. Ahí dentro yace la inmodestia del relato breve, su agresividad secreta. Su método es la revelación. Su pequeñez es la mediación de su poder. La poderosa masa de la novela se descubre como la imagen irrisoria de la debilidad. El relato breve se disculpa por nada. Se regocija en su brevedad. Quiere ser incluso más breve. Quiere ser una única palabra. Si pudiera encontrar esa palabra, si pudiera pronunciar esa sílaba, todo el universo reventaría con un bramido. Esta es la exorbitante ambición del relato breve, que es su fe más profunda, que es la grandeza de su pequeñez.
El relato breve: ¡qué porte modesto! ¡qué maneras humildes! Se sienta ahí, en silencio, con la mirada baja, casi como si tratara de pasar desapercibido. Y si de algún modo ha de atraer tu atención, dice con rapidez, en un tono valiente de ligero auto-reproche, consciente de todas las posibilidades de la decepción: “no soy una novela, sabes. Ni siquiera una corta. Si es eso lo que estás buscando, no me quieres a mí”. Rara vez una forma ha dominado tanto a otra. Y nosotros lo comprendemos, asentimos con complicidad: aquí en América, el tamaño es poder. La novela es el Wal-Mart, el increíble Hulk, el avión jumbo de la literatura. La novela es insaciable: quiere devorar el mundo. ¿Qué le queda por hacer al pobre relato breve? Puede cultivar su jardín, practicar la meditación, regar los geranios en la jardinera de la ventana. Puede asistir a un curso de literatura creativa no novelesca. Puede hacer lo que más le guste, siempre y cuando no olvide cuál es su sitio: siempre y cuando permanezca callado y se mantenga al margen. “¡gresca!” grita la novela. "¡Aquí llego!" El relato breve siempre anda ocultando la cabeza para cobijarse. La novela acapara el terreno, corta los árboles, levanta los bloques de pisos. El relato breve se escabulle entre el pasto, se cuela por debajo de la cerca.
Por supuesto que existen virtudes asociadas a lo pequeño. Incluso la novela lo reconocerá. Las cosas grandes tienden a ser inmanejables, pesadas, toscas; lo pequeño es el reino de la elegancia y de la gracia. Es incluso el reino de la perfección. La novela es exhaustiva por naturaleza; pero el mundo es inagotable; por lo tanto la novela, ese batallador de Fausto, nuca consigue alcanzar su deseo. Por contraste el relato breve es inherentemente selectivo. Al excluir prácticamente todo, puede dar una forma perfecta a lo que queda. Y el relato breve incluso revindica un tipo de compleción que la novela elude: tras el acto inicial de exclusión radical, puede incluirlo todo de lo poco que queda. La novela, cuando se acuerda del relato breve, se complace en ser generoso. “Te admiro”, dice, colocando su basta mano sobre el corazón. “En serio. Eres así –eres así-” ¡Tan bello! ¡tan sutil! ¡de tan alta categoría! E inteligente también. La novela difícilmente consigue contenerse. Al fin y al cabo ¿qué importancia tiene? No es más que palabrería. Lo que a la novela le importa es la inmensidad, es el poder. En el fondo de su corazón desprecia al relato breve, que se las compone con tan poco. No soporta la austeridad del relato breve, su inhibición del apetito, sus negaciones y renuncias. La novela quiere cosas. Quiere territorio. Quiere el mundo entero. La perfección es el consuelo de quienes no tienen nada más.
Ese es el valor del relato breve. Modesto en sus pretensiones, tímidamente orgulloso de sus pequeñas virtudes, algo inquieto con relación a su presuntuoso rival, se conforma con volver a sentarse y dejar que la novela se encargue del gran mundo. Sin embargo, sin embargo. La pose modesta –¿me equivoco, o es un poco exagerada? Esas miradas de soslayo- ¿contienen un toque de malicia? ¿Puede ser que el pequeño relato breve se atreva a tener sus propias ambiciones? Si es así, nunca las admitirá abiertamente, debido a un agudo instinto de autoprotección, un dilatado hábito de secretismo nacido de la opresión. En un mundo regido por las jactanciosas novelas, lo pequeño ha aprendido a abrirse paso con cautela. Tendremos que intuir su secreto. Imagino al relato breve protegiendo un deseo. Imagino al relato breve diciéndole a la novela: Puedes tenerlo todo –todo- lo que yo pido es un simple grano de arena. La novela, con un encogimiento de hombros despreocupado, en un gesto a la vez jovial y despectivo, concede el deseo.
Pero el grano de arena es la vía de escape del relato. El grano de arena es la salvación del relato. Sigo el ejemplo de William Blake: “Ver el mundo en un grano de arena”. Piensa en ello: el mundo en un grano de arena; lo que es igual que decir: cada parte del mundo, por pequeña que sea, contiene el mundo por entero. O por decirlo de otro modo: si concentras tu atención en una porción aparentemente insignificante del mundo, encontrarás, en las profundidades de su interior, nada menos que el propio mundo. En ese sencillo grano de arena yace la playa que contiene al grano de arena. En ese sencillo grano de arena yace el océano que rompe contra la playa, el barco que navega el océano, el sol que brilla sobre el barco, los vientos interestelares, una cucharilla en Kansas, la estructura del universo. Y ahí tienes la ambición del relato breve, la terrible ambición que subyace a su modestia fraudulenta: dar cuerpo al mundo entero. El relato breve cree en la transformación. Cree en los poderes ocultos. La novela prefiere las cosas a plena vista. No tiene paciencia con los granos de arena individualmente, que brillan pero son difíciles de ver. La novela quiere barrerlo todo con su poderoso abrazo: orillas, montañas, continentes. Pero nunca puede tener éxito, porque el mundo es más extenso que una novela. El mundo se escapa corriendo en cada punto. La novela salta sin descanso de un lugar a otro, siempre hambrienta, siempre insatisfecha, siempre temerosa de llegar a un final: porque cuando ella se pare, exhausta pero nunca en paz, el mundo se la habrá escapado. El relato breve se concentra en su grano de arena, en la creencia apasionada de que ahí -justo ahí, en la palma de su mano- yace el universo. Busca conocer ese grano de arena de la manera en que un enamorado busca conocer la cara de su amada. Espera el momento en que el grano de arena revele su verdadera naturaleza. En ese momento de expansión mística, cuando la flor macrocósmica rompe de la semilla microcósmica, el relato breve siente su poder. Se hace más grande que él mismo. Se hace más grande que la novela. Se hace tan grande como el universo. Ahí dentro yace la inmodestia del relato breve, su agresividad secreta. Su método es la revelación. Su pequeñez es la mediación de su poder. La poderosa masa de la novela se descubre como la imagen irrisoria de la debilidad. El relato breve se disculpa por nada. Se regocija en su brevedad. Quiere ser incluso más breve. Quiere ser una única palabra. Si pudiera encontrar esa palabra, si pudiera pronunciar esa sílaba, todo el universo reventaría con un bramido. Esta es la exorbitante ambición del relato breve, que es su fe más profunda, que es la grandeza de su pequeñez.
18 comentarios:
Me voy a Berlín de fin de semana larguito, así que tendré desatendido el patio hasta el lunes 20 de octubre. Si, mientras tanto, alguien tiene algo que decir, o si simplemente lo dice, le responderé a la vuelta.
Un abrazo.
De momento te deseo un buen viaje. Ya vendré de nuevo a tu regreso, a comentarte la entrada. Si te parece.
Como mi inglés no es que sea malo, sino que resulta inexistente, poco voy a poder alabar la traducción (cabría la posibilidad incluso de que te la hubieras inventado, y de todos modos conmigo colaría).
En cuantoa l contenido de tu entrada, podría suscribir (no sé si con tanto enfásis, casi teatral, como hace el autor) cada una de sus palabras o valoraciones. El relato breve tiene identidad y fuerza propia, y no admite comparación con hermanoa alguna, pues que yo sepa, la novela siendo familiar, no alcanzaría el parentesco de primer grado.
Un artículo genial. De referencia para los cuentistas.
Raúl: disculpa el retraso en contestar. A la vuelta de mi breve viaje me esperaba algo de jaleo en el trabajo y, lo que es peor, fuera de la oficina... ¡lejos del ordenador! llevo una semana sin escribir nada y me siento un poco vacío. Tengo claro que la literatura, en lo que a mí respecta, es una gimnasia. Y más de dos o tres días sin escribir y enseguida caigo en la desidia. Ahora me siento delante del portátil, en casa (me he escapado de una presentación tediosa) y espero que mi algo se despierte dentro de mí, esa necesidad de contar historias que me persigue desde donde me alcanza la memoria y que tantas veces he abandonado, como a un amor imposible.
En cuanto al artículo en cuestión, también creo en lo que dice su autor. Parece estúpido comparar el relato con la novela, pero casi todos los lectores, cuando por suerte saben lo que es un relato breve, tienden ha hacer esa comparación en términos competitivos. siendo muy teatral, como dices, me gusta la imagen que utiliza Millhauser, la del grano de arena que encierra la estructura dle universo. Me encanta una frase que le leí a Cortazar pero que no era suya y no recuerdo de quién:«La novela gana siempre por puntos, mientras que el cuento debe ganar por knockout».
Pido disculpas por los varios gazapos que se me han escapado en le comentario anterior
Gracias por tu comentario, por los dos comentarios; éste y el que dejas en mi blog.
De todas las críticas que me han hecho al relato de esta semana, participo sobre todo de la tuya. Me pensé, a la hora de escribir, implicarme más en el relato, y no quedarme fisgoneando por la mirilla. Pero opté por estas formas, un poco al cobijo de lo que está siendo toda la serie de siete relatos que componen la Micro Semana Nacional. Vista en su globalidad, el tono es más el del reportaje o la denuncia, que no otra cosa. Me quedan tres para completar la serie; quizá reflexione sobre este elemento y con respecto a las siguientes piezas.
Gracias.
Pd.- El viaje espero que haya ido bien.
Raúl: Lo cierto es que lo había tomado como un relato completamente aislado. Pero me gusta tu idea de la serie de relatos casi de un estilo forense. A mí me resulta muy difícil pensar en una colección o en una serie de relatos, porque mi gran defecto es que aquello que escribo responde siempre a mi estado de ánimo. Como, además, soy lento al componer y repaso mucho, resulta que apenas un mismo estado de ánimo me soporta en pie hasta que termino un único relato. Imagínate una colección... Me gustaría escribir más rápido, pero no puedo. Necesito mucho tiempo para encontrar el nexo entre lo microcósmico y lo macrocósmico, como dice Millhauser. Volviendo a lo del narrador, como te he dicho, no me convence para un relato aislado, pero sí para una serie de relatos de disección del ser humano. La verdad es que no he reflexionado sobre el por qué del efecto que un narrador distante genera en una serie de pequeños relatos, notas o fragmentos; pero a mí me resulta casi siempre un tanto desolador y con un sentido implícito difícil de describir. Me estoy acordando, concretamente, de "La memoria de la especie", de Manuel Moyano. No son exactamente relatos, sino casi noticias, como pequeños artículos extraídos de "El caso". El efecto global es brutal. Un ejemplo (como aún estoy en casa, tengo el libro a mano. Pero ya me voy...): "Encuentran la yema de un dedo en una bolsa de macarrones:
Una joven empleada
de la empresa Teigwaren GmbH
resultó lesionada
al meter el dedo en una empaquetadora.
La máquina
se lo amputó y no hubo forma
de encontrarlo. Examinaron el suelo, abrieron
cientos de bolsas.
Unos meses después
el dedo apareció en una casa de Riesa
cuando una señora
se disponía a cocinar macarrones
de la marca Teigwaren GmbH."
A lo mejor me dejo provocar por esta idea del efecto...
Te felicito por tus relatos y tu capacidad de trabajo. Yo ando un poco justito de fuerzas, así que despiertas en mí una envidia rastrera.
Un abrazo
Por cierto, el viaje muy bien. tres kilotos de más dan fe de ello...
Gracias.
Una vez más, certero cual Robin Hood.
Esa era la idea; enfatizar que el mal recuerdo infantil del protagonista, no viene por las penurias propias de la época, sino por la incomprensible perdida de tu "todo".
No creas que la palabra es de mis preferidas, pero hablando de Roma, una ciudad con el lustre que la historia le otorgó, me pareció acertado echar mano de un tono, pelín clásico. De ahí que se eligiese "mancillar" y no otra.
Gracias David.
Me ha parecido un relato estupedo. Por supuesto, gracias a ti, por compartir tus textos.
Sin duda, David, estas traducciones que nos estás brindando resultan deliciosas.
Es obvio que el cuento no puede ser comparado a la novela, su estructura, su profundidad son otras, así como sus pretensiones.
Una de las mejores definiciones que he encontrado del cuento es precisamente un cuento, de Ángel Olgoso, incluido en su libro Astrolabio. El cuento en cuestión se llama Espacio, el primero del libro, y es una perfecta y bella poética del género. Si tienes ocasión, échale un vistazo, seguro que en Madrid te resulta sencillo encontrar el libro. Te gustará, lo sé.
Saludos.
Viajero Solitario: Tengo intención de comprarlo, lo que pasa es que (hay que reconocerlo) me he quedado pelado este mes y toca austeridad hasta que llegue la nómina...
Es verdad que en Madrid es fácil encontrarlo, sobre todo teniendo la librería Tres Rosas Amarillas, que mequeda a tiro de piedar de la tertula de los martes.
Muchas gracias por la recomendación.
Corrección de gazapos: "me queda", "piedra", "tertulia"...
¿Alguno más?
David.
Releyendo -está debe de ser la cuarta vez- tu entrada, he recordado un comentario que a propósito de una de las mías, me dejó el bueno de Franciso Machuca (de no conocerlo, que creo que sí, puedes encontrar su enlace en cualquier de mis entradas) al respecto de lo que él considera es el relato.
Lo transcribo, a pesar de su extensión. No tiene desperdicio.
"La mayoría de los escritores suelen confundir este difícil arte que es el relato.Un buen relato no es una novela comprimida,ni una novela es un relato extendido,porque son malos cuentos y malas novelas.Cada cosa al territorio que le es dado.
Hay que tener el saludable hábito de no convertir el cuento en una charada con solución final.El suspense debe estar ya en toda la narración,desde el principio,y no debe dejarse ingenuamente para el final,como hacían Maupassant,Poe y todo el siglo XIX.Un cuento está o debe estar más cerca de la poesía que de la novela,más cerca de la lírica que de la épica.Efectivamente,el cuento no debe escribirse para contar algo,ni tampoco para no contar nada,sino precisamente para contar nada.El cuento es un perfume,un vacío transitorio,un paréntesis.Un buen cuento debe contar un trasbordo de Metro,esos cinco minutos que invierte un hombre,cualquier hombre de la calle-o,más bien,de debajo de la calle-en pasar de un andén a otro del ferrocarril subterráneo.Al cuentista no debe importarle de dónde viene ese hombre ni adónde va. Un relato corto de hoy deber ser una obra abierta como abierta está siempre la existencia,en proyecto permanente,en pura posibilidad.Un cuento o es un riesgo que se corre o no es nada.Un buen cuento debe dar la sensación de que se ha escrito solo.En él,queda reducido al mínimo el determinismo creador del artista.El escritor de cuentos es un escritor para escritores.El relato es el género experimental por excelencia y de esa experimentación constante,gratuita y fortuita del cuentista,nacen los grandes hallazgos literarios que luego son aplicados a la novela,a la literatura grande,y marcan la evolución de ésta.
Para mí,el cuento es el género que mejor se corresponde con el estado de conciencia del hombre de hoy,porque corresponde mejor con la idea fragmentaria,accidental,menesterosa,relativa,inconexa,que tenemos hoy de la existencia.Muchas veces hablo con amigos escritores y me exigen ejemplos.Yo les suelo decir siempre:si coges el marco de un cuadro y lo aplicas a una pared,a un paisaje,una superficie cualquiera observarás que esa porción visual enmarcada casualmente se revaloriza en seguida,se singulariza,se aisla del conjunto y cobra entidad propia.No otra debe ser la técnica del escritor de relatos cortos que la de enmarcar cualquier esquina de la vida en la seguridad de que todo vale igual y que no hay más sugestiones en una puesta de sol que en una fachada trasera a la que nadie mira y donde el tiempo ha quedado fusilado de cara a la pared.
De todos los novelones y libros históricos sobre La Guerra de Secesión Americana,únicamente comprendí esta guerra a través del cuento de Faulkner;Una rosa para Emily."
Un nuevo saludo.
Totalmente de acuerdo en lo que dice Francisco. Me encanta eso de "contar nada". La primera vez se lo escuché decir a Ángel Zapata y me pareció brillante. También estoy de acuerdo en que el relato se adecúa mejor que la novela a nuestra época y en que el relato está más cerca de la poesía que de la épica.
Gracias Raúl.
Hola, David.
Acabo de descubrir tu blog y me parece de lo más interesante.
Enhorabuena. Estoy mirando tus posts y no tienen desperdicio.
Con tu permiso seguiré leyéndote.
Te he puesto entre mis enlaces favoritos: "El clavo en la pared"
Un saludo cordial
Jesús
Jesús: Bienvenido y muchas gracias por tus comentarios. Por supuesto, estás en tu casa. Y ya que hemos intercambiado estas líneas y tenemos más confianza, me autoinvito a tu blog. Apuesto por el valor del intercambio, así que me sumergiré en tus post con verdadero placer.
Gracias de nuevo.
Aguante Millhauser
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