lunes, marzo 31, 2008

A propósito de la Enciclopedia sobre Terrorismo de Estado.

Para que los sucesivos gobiernos de un país como los Estados Unidos de América del Norte hayan podido abusar tan impunemente, como lo han hecho, de su situación hegemónica sobre otras naciones del mundo, ha sido necesario por su parte, entre otras muchas estrategias de dominación, un control no sólo de los medios para la comunicación informativa, sino sobre los criterios que han determinado en la época actual lo que es o no es verdad/realidad. Esto, por supuesto, no es nada nuevo. Tampoco es nuevo que ciertas naciones del Sur hayan aprendido bien esta lección, ni que por ello, en sus estrategias de resistencia antiimperialista, hayan comenzado a aunar esfuerzos en este ámbito de lucha. En tal sentido, el Encuentro Internacional En Defensa de la Humanidad, celebrado en Caracas en 2004, y del Encuentro contra el Terrorismo, por la Verdad y la Justicia, celebrado en La Habana en 2005, dieron como fruto la creación de la Enciclopedia sobre Terrorismo de Estado, que ya se encuentra disponible en la red: http://www.terrorfileonline.org/
El objetivo de esta enciclopedia: combatir, mediante la denuncia pública, “el desarrollo del terrorismo alentado desde los Estados Unidos contra América Latina y el resto de los países del Sur.” (Cubarte).
Los casos de terrorismo “promovido, financiado y ejecutado por el gobierno norteamericano” (Terrorismo made in U.S.A en las Américas) y sus aliados han sido quizá especialmente sangrantes a lo ancho y largo de la geografía de América Latina.

La brecha del lenguaje
Desde Europa, en muchas ocasiones el discurso revolucionario de estos países del Sur se considera hoy anacrónico y retórico. Es algo que he escuchado en innumerables ocasiones: “es un discurso ingenuo”, “hay demasiada demagogia”, o el socorrido “discurso populista”. No es mi intención analizar aquí, en estas pocas líneas, el por qué de esta visión nuestra, ni cuales son las diferencias de posición con respecto a EEUU, el liberalismo económico, la democracia representativa, la justicia social, la desigualdad, el bienestar, etc., que nos condiciona y nos diferencia cuando se trata de construir un discurso político más o menos crítico. Pero hay mucho de cierto al advertir que el estilo combativo y la terminología empleada al otro lado del Atlántico dificulta la aproximación real de quienes, sin embargo, mantienen posiciones ideológicas no tan distantes. ¿Será que aquí cada vez se combate menos? En estas mismas líneas, por ejemplo, se habla de antiimperialismo, dominación, lucha, revolución, resistencia, combate, etc. No es fácil, no obstante, sustituir estos términos, que muchos consideran caducos (grave error), por otros más actuales. No hay nada más actual en aquellas latitudes que la lucha y la resistencia activa contra los ataques del mundo capitalista. Aquí, ese tipo de acción política atenta demasiado contra nuestro confort y la hemos dejado de lado, se la cedemos a quienes tienen menos que perder que nosotros... Nos estamos convirtiendo, si no lo somos ya, en Marxistas-pesimistas: defendemos el marxismo en los cafés, en los blogs, con la certeza de que el ser humano, en la práctica, no da para tanto; y eso, quizá, en el mejor de los casos. Aquí estoy yo como primer ejemplo de esto que denuncio.

Una llamada de atención general
No dejemos de asomarnos, sin embargo, a lo que se cuece en otros lares. Este caso me sirve como ejemplo, tan bueno como muchos otros, de los proyectos que se crean casi a diario en la red. Creo sinceramente que tenemos la gran responsabilidad de involucrarnos en estas iniciativas de manera, por supuesto, crítica y constructiva. Es importante, en lo que a este particular se refiere, tener la capacidad de sacar a la luz las tropelías de quienes detentan un poder que aún les parece insuficiente. Para ello, esta Enciclopedia Básica puede ser otro mecanismo válido, todo depende, en alguna medida, del apoyo que le brindemos, como creadores o lectores, y de lo bien que lo sepamos hacer.

miércoles, marzo 19, 2008

¿Que no has leído aún..."Los pasos perdidos"?

"Hombre de mi tiempo soy y mi tiempo trascendente es el de la Revolución Cubana. Escritor comprometido soy y como tal actúo" (Alejo Carpentier)


Hacía mucho tiempo que no llegaba hasta este reclinatorio para confesar mis carencias en materia literaria. No es fácil...
Próximamente, en un mes, viajaré a Venezuela. Ya llevo media docena de inyecciones en el cuerpo. Sólo me ha faltado, creo, la vacuna contra el socialismo, que me hubieran puesto gustosamente casi la mitad de las personas a las que he comentado, hasta ahora, mi plan de viaje. ¡Qué sorpresa me he llevado! A mi organismo marxista lo han intentado vacunar también a base de pildoritas profilácticas de doctrina capitalista, de miedo, y también de un poco de estupidez politizada en forma pasiva: píldoras de doxa para una alineación placentera. Todo, además, con la sutiliza de un Mamut. Parece que aún, a estas alturas, hay en mi entorno demasiada gente que me ve como oveja descarriada que puede/debe regresar al redil. Me asusta esta realidad. Me angustia tener que reconocer que la simpleza de miras, el ofuscamiento, la colonización de lugares comunes toma ya tintes de pandemia por estos lares.
Bueno, sí, pero yo me voy...
Sin embargo, para el viaje aún queda esperar un tiempo que se hace largo, la verdad. Soy consciente de lo pedante que suena, ya; pero es cierto que no se me ha ocurrido mejor manera de acortar distancias temporales y físicas que sumergirme desde ahora en Venezuela a través de la literatura. Confieso que no he sido un gran seguidor de la literatura de viajes, algún que otro libro ha caído en mis manos, Kapuscinski, Barley... alguno más, pero poca cosa. Y en cambio, la casualidad ha hecho que en esta ocasión buscara, y hallara, algunos textos remarcables. Concretamente, “Los pasos perdidos”, de Alejo Carpentier, “El mundo perdido”, de Conan Doyle y los relatos de Humbolt.
Hasta ahora he leído el primero de ellos. Me parece mentira haber pasado de largo por esta obra tantas veces. Siempre había escucha de Alejo Carpentier que su estilo barroco hacía pastosa la lectura. Nada más lejos de la realidad. Barroco y todo, he disfrutado como una mona. Reconozco mi debilidad por al surrealismo, por el realismo mágico y, desde ahora también, por lo real maravilloso.


¿Qué es lo real maravilloso?

En las siguientes líneas, extraídas de una entrevista que Carpentier concedió a la cadena británica BBC, el propio escritor diferencia entre estos tres conceptos: realismo mágico, surrealismo y lo real maravilloso.

“La palabra realismo mágico fue traída a nuestro idioma por la publicación, si no me equivoco, por las ediciones de la Revista de Occidente hacia el año 1926, de un libro de un crítico alemán llamado Franz Roh, titulado "El realismo mágico", donde analizaba la producción de los pintores expresionistas alemanes".
"Podríamos decir también que cuando André Breton en su primer manifiesto del surrealismo dice que todo lo maravilloso es bello, lo maravilloso siempre es bello, sólo lo maravilloso es bello, ya en cierto modo definía lo maravilloso".
"Lo real maravilloso, tal como yo lo entiendo, se diferencia de ambas cosas por lo siguiente".
"En el realismo mágico, tal como lo veía Franz Roh, el realismo mágico venía fabricado por el artista, por así decirlo".
"El artista se colocaba ante una tela y al representar una calle de una ciudad moderna, la llenaba de elementos misteriosos, extraños, contrastados, en una atmósfera exenta de aire, exenta de espesor, transeúntes misteriosos que nunca se miran a la cara, que nunca dialogan...es un mecanismo fabricado, un elemento maravilloso fabricado, un realismo mágico fabricado".
"Los surrealistas también, en la mayoría de los casos, producían lo maravilloso combinando objetos en una mesa, creando contrastes. Es decir, es un mundo maravilloso fabricado, premeditado".
"En América Latina, lo maravilloso se encuentra en vuelta de cada esquina, en el desorden, en lo pintoresco de nuestras ciudades, en los rótulos callejeros o en nuestra vegetación o en nuestra naturaleza y, por decirlo todo, también en nuestra historia".


Carpentier describió su visión de lo real maravilloso en el prólogo de “El reino de este mundo”, novela sobre la revolución haitiana. Copio a continuación parte de este texto:

"Vuelve el latinoamericano a lo suyo y empieza a entender muchas cosas. Descubre que, si el Quijote le pertenece de hecho y derecho, a través del Discurso a los cabreros aprendió palabras, en recuento de edades, que le vienen de Los trabajos y los días. Abre la gran crónica de Bernal Díaz del Castillo y se encuentra con el único libro de caballería real y fidedigno que se haya escrito —libro de caballeriza donde los hacedores de maleficios fueron teules visibles y palpables, auténticos los animales desconocidos, contempladas las ciudades ignotas, vistos los dragones en sus ríos y las montañas insólitas en sus nieves y humos. Bernal Díaz, sin sospecharlo, había superado las hazañas de Amadís de Gaula, Belianis de Grecia y Florismarte de Hircania. Había descubierto un mundo de monarcas coronados de plumas de aves verdes, de vegetaciones que se remontaban a los orígenes de la tierra, de manjares jamás probados, de bebidas sacadas del cacto y de la palma, sin darse cuenta aún que, en ese mundo, los acontecimientos que ocupan al hombre suelen cobrar un estilo propio en cuanto a la trayectoria de un mismo acontecer. Arrastra el latinoamericano una herencia de treinta siglos, pero, a pesar de una contemplación de hechos absurdos, a pesar de muchos pecados cometidos, debe reconocerse que su estilo se va afirmando a través de su historia, aunque a veces ese estilo puede engendrar verdaderos monstruos. Pero las compensaciones están presentes: puede un Melgarejo, tirano de Bolivia, hacer beber cubos de cerveza a su caballo Holofernes; del Mediterráneo caribe, en la misma época, surge un José Martí capaz de escribir uno de los mejores ensayos que, acerca de los pintores impresionistas franceses, hayan aparecido en cualquier idioma. Una América Central, poblada de analfabetos, produce un poeta —Rubén Darío— que transforma toda la poesía de expresión castellana. Hay también ahí quien, hace un siglo y medio, explicó los postulados filosóficos de la alienación a esclavos que llevaban tres semanas de manumisos. Hay ahí (no puede olvidarse a Simón Rodríguez) quien creó sistemas de educación inspirados en el Emilio, donde sólo se esperaba que los alumnos aprendieran a leer para ascender socialmente por virtud del entendimiento de los libros —que era como decir: de los códigos. Hay quien quiso desarrollar estrategias de guerra napoleónica con lanceros montados, sin monturas ni estribos, en el loma de su jameigos. Hay la prometida soledad de Bolívar en Santa Marta, las batallas libradas al arma blanca durante nueve horas en el paisaje lunar de los Andes, las torre de Tikal, los frescos rescatados a la selva de Bonanpak, el vigente enigma de Tihuanacu, la majestad del acrópolis de Monte Albán, la belleza abstracta —absolutamente abstracta— del Templo de Mitla, con sus variaciones sobre temas plásticos ajenos a todo empeño figurativo. La enumeración podría ser inacabable. Por ello diré que una primera noción de lo real maravilloso me vino a la mente calando, a fines del año 1943, tuve la suerte de poder visitar el reino de Henri Christophe —las ruinas tan poéticas, de Sans-Souci; la mole, imponentemente intacta a pesar de rayos y terremotos, de la Ciudadela La Ferrière— y de conocer la todavía normanda Ciudad del Cabo, el Cap Français de la antigua Colonia, donde una casa de larguísimos balcones conduce al palacio de cantería habitado antaño por Paulina Bonaparte. Mi encuentro con Paulina Bonaparte, ahí, tan lejos de Córcega, fue, para mí, como una revelación. Vi la posibilidad de establecer ciertos sincronismos posibles, americanos, recurrentes, por encima del tiempo, relacionando esto con aquello, el ayer con el presente. Vi la posibilidad de traer ciertas verdades europeas a las latitudes, que son nuestras actuando a contrapelo de quienes, viajando contra la trayectoria del sol, quisieron llevar verdades nuestras a donde, hace todavía treinta años, no había capacidad de entedimiento ni de medida para verlas en su justa dimensión. (Paulina Bonaparte fue, para mí, lazarillo y guía, tiento primero —a partir de la Venus de Canova— de los ensayos de indagación de los personajes que, como Bilaud-Varenne, Collot d’Herbois, Víctor Huges, habrían de animar mi “Siglo de las Luces”, visto en función de luces americanas.) Después de sentir el nada mentido sortilegio[1] de las tierras de Haití, de haber hallado advertencias mágicas en los caminos rojos de la Meseta Central, de haber oído los tambores del Petro y del Rada, me vi llevado a acercar la maravillosa realidad recién vívida a la agotante pretensión de suscitar lo maravilloso que caracterizó ciertas literaturas europeas de estos últimos treinta años. Lo maravilloso, buscado a través de las viejos clisés de la selva de Brocelianda, de los caballeros de la mesa redonda, del encantador Merlín y del ciclo de Arturo. Lo maravilloso, pobremente sugerido por los oficios y deformidades de los personajes de feria —¿no se cansarán los jóvenes poetas franceses de los fenómenos y payasos de la fête foraine, de los que ya Rimbaud se había despedido en su Alquímia del Verbo? Lo maravilloso, obtenido con trucos de prestidigitación, reuniéndose objetos que para nada suelen encontrarse: la vieja y embustera historia del encuentro fortuito del paraguas y de la máquina de coser sobre una mesa de disección, generador de las cucharas de armiño, los caracoles en el taxi pluvioso, la cabeza de león en la pelvis de una viuda, de las exposiciones surrealistas. O, todavía, lo maravilloso literario: el rey de la Julieta de Sade, el supermacho de Jarry, el monje de Lewis, la utilería escalofriante de la novela negra inglesa: fantasmas, sacerdotes emparedados, licantropías, manos clavadas sobre la puerta de un castillo. Pero, a fuerza de querer suscitar lo maravilloso o todo trance, los taumaturgos se hacen burócratas. Invocando por medio de fórmulas consabidas que hacen de ciertas pinturas un monótono baratillo de relojes amelcochados, de maniquíes de costurera, de vagos monumentos fálicos, lo maravilloso se queda en paraguas o langosta o máquina de coser, o lo que sea, sobre una mesa de disección, en el interior de un cuarto triste, en un desierto de rocas. Pobreza imaginativa, decía Unamuno, es aprenderse códigos de memoria. Y hoy existen códigos de lo fantástico, basados en el principio del burro devorado por un higo, propuesto por los Cantos de Maldoror como suprema inversión de la realidad, a los que debemos muchos “niños amenazados por ruiseñores”, o los “caballos devorando pájaros” de André Masson. Pero obsérvese que cuando André Masson quiso dibujar la selva de la isla de Martinica, con el increíble entrelazamiento de sus plantas y la obscena promiscuidad de ciertos frutos, la maravillosa verdad del asunto devoró al pintor, dejándolo poco menos que impotente frente al papel en blanco. Y tuvo que ser un pintor de América, el cubano Wilfredo Lam, quien nos enseñara la magia de la vegetación tropical, la desenfrenada creación de formas de nuestra naturaleza —con todas sus metamorfosis y simbiosis—, en cuadros monumentales de una expresión única en la pintura contemporánea. Ante la desconcertante pobreza imaginativa de un Tanguy, por ejemplo, que desde hace veinticinco años pinta las mismas larvas pétreas bajo el mismo cielo gris, me dan ganas de repetir una frase que enorgullecía a los surrealistas de la primera hornada: Vous qui ne voyez paz pensez à ceux qui voient. Hay todavía demasiados “adolescentes que hallan placer en violar los cadáveres de hermosas mujeres recién muertas” (Lautréamont), sin advertir que lo maravilloso estaría en violarlas vivas. Pero es que muchos se olvidan, con disfrazarse de magos a poco costo, que lo maravilloso comienza a serlo de manera inequívoca cuando surge de una inesperada alteración de la realidad (el milagro) de una revelación privilegiada de la realidad, de una iluminación inhabitual o singularmente favorecedora de las inadvertidas riquezas de la realidad, de una ampliación de las escalas y categorías de la realidad, percibidas con particular intensidad en virtud de una exaltación del espíritu que lo conduce a un modo de “estado limite”. Para empezar, la sensación de lo maravilloso presupone una fe. Los que no creen en santos no pueden curarse con milagros de santos, ni los que no son Quijotes pueden meterse, en cuerpo, alma y bienes, en el mundo de Amadís de Gaula o Tirante el Blanco. Prodigiosamente fidedignas resultan ciertas frases de Rutilio en Los trabajos de Persiles y Segismunda, acerca de hombres transformados en lobos, porque en tiempos de Cervantes se creía en gentes aquejadas de manía lupina. Asimismo el viaje del personaje, desde Toscana a Noruega, sobre el manto de una bruja. Marco Polo admitía que ciertas aves volaran llevando elefantes entre las garras, y Lutero vio de frente al demonio a cuya cabeza arrojó un tintero. Víctor Hugo, tan explotado por los tenedores de libros de lo maravilloso, creía en aparecidos, porque estaba seguro de haber hablado, en Guernesey, con el fantasma de Leopoldina. A Van Gogh bastaba con tener fe en el Girasol, para fijar su revelación en una tela. De ahí que lo maravilloso invocado en el descreimiento —como lo hicieron los surrealistas durante tantos años— nunca fue sino una artimaña literaria, tan aburrida, al prolongarse, como cierta literatura onírica “arreglada”, ciertos elogios de la locura, de los que estamos muy de vuelta. No por ello va a darse la razón, desde luego, a determinados partidarios de un regreso a lo real —término que cobra, entonces, un significado gregariamente político—, que no hacen sino sustituir los trucos del prestidigitador por los lugares comunes del literato “enrolado” o el escatológico regodeo de ciertos existencialistas. Pero es indudable que hay escasa defensa para poetas y artistas que loan al sadismo sin practicarlo, admiran el supermacho por impotencia, invocan espectros sin creer que respondan a los ensalmos, y fundan sociedades secretas, sectas literarias, grupos vagamente filosóficos, con santos y señas y arcanos fines —nunca alcanzados—, sin ser capaces de concebir una mística válida ni de abandonar los más mezquinos hábitos para jugarse el alma sobre la temible carta de una fe. Esto se me hizo particularmente evidente durante mi permanencia en Haití, al hallarme en contacto cotidiano con algo que podríamos llamar lo real maravilloso. Pisaba yo una tierra donde millares de hombres ansiosos de libertad creyeron en los poderes licantrópicos de Mackandal, a punto de que esa fe colectiva produjera un milagro el día de su ejecución. Conocía ya la historia prodigiosa de Bouckman, el iniciado jamaiquino. Había estado en la Ciudadela La Ferrière, obra sin antecedentes arquitectónicos, únicamente anunciada por las Prisiones imaginarias del Piranesi. Había respirado la atmósfera creada por Henri Cristophe, monarca de increíbles empeños, mucho más sorprendente que todos los reyes crueles inventados por los surrealistas, muy afectos a tiranías imaginarias, aunque no padecidas. A cada paso hallaba lo real maravilloso. Pero pensaba, además, que esa presencia y vigencia de lo real maravilloso no era privilegio único do Haití, sino patrimonio de la América entera, donde todavía no se ha terminado de establecer, por ejemplo, un recuento de cosmogonías. Lo real maravilloso se encuentra a cada paso en las vidas de hombres que inscribieron fechas en la historia del continente y dejaron apellidos aún llevados: desde los buscadores de la fuente de la eterna juventud, de la áurea ciudad de Manoa, hasta ciertos rebeldes de la primera hora o ciertos héroes modernos de nuestras guerras de independencia de tan mitológica traza como la coronel Juana de Azurduy. Siempre me ha parecido significativo el hecho de que, en 1780, unos cuerdos españoles, salidos de Angostura, se lanzaron todavía a la busca de El Dorado, y que en días de la Revolución Francesa —¡vivan la Razón y el Ser Supremo!—, el compostelano Francisco Menéndez anduviera por tierras de Patagonia buscando la ciudad encantada de los Césares. Enfocando otro aspecto de la cuestión, veríamos que, así como en Europa occidental el folklore danzario, por ejemplo, ha perdido todo carácter mágico o invocatorio, rara es la danza colectiva, en América, que no encierre un hondo sentido ritual, creándose en torno a él todo un proceso inicíaco: tal los bailes de la santería cubana, o la prodigiosa versión negroide de la fiesta del Corpus, que aún puede verse en el pueblo de San Francisco de Yare, en Venezuela. Hay un momento, en el sexto canto del Maldoror, en que el héroe, perseguido por toda la policía del mundo, escapa a “un ejército de agentes y espías” adoptando el aspecto de animales diversos y haciendo uso de su don de transportarse instantáneamente a Pekín, Madrid o San Petersburgo. Esto es “literatura maravillosa” en pleno. Pero en América, donde no se ha escrito nada semejante, existió un Mackandal dotado de los mismos poderes por la fe de sus contemporáneos, y que alentó, con esa magia, una de las sublevaciones más dramáticas y extrañas de la historia. Maldoror —lo confiesa el mismo Ducasse— no pasaba de ser un “poético Rocambole”. De él sólo quedó una escuela literaria de vida efímera. De Mackandal el americano, en cambio, ha quedado toda una mitología, acompañada de himnos mágicos, conservados por todo un pueblo, que aún se cantan en las ceremonias del Voudou.[2] (Hay por otra parte, una rara casualidad en el hecho de que Isidoro Ducasse, hombre que tuvo un excepcional instinto de lo fantástico-poético, hubiera nacido en América y se jactara tan enfáticamente, al final de uno de sus cantos, de ser Le Montevidéen). Y es que, por la virginidad del paisaje, por la formación, por la ontología, por la presencia fáustica del indio y del negro, por la revelación que constituyó su reciente descubrimiento, por los fecundos mestizajes que propició, América está muy lejos de haber agotado su caudal de mitologías. ¿Pero qué es la historia de América toda sino una crónica de lo real maravilloso?".


Para más información sobre Alejo Carpentier:

miércoles, marzo 12, 2008

Materias primas vs alimentos

Me preguntan mi opinión, vete a saber por qué, acerca del siguiente artículo, aparecido en "El confidencial" el pasado viernes:


Nuevo dilema para los inversores: ¿forrarse con las materias primas o alimentar al Mundo?
"Los expertos en materias primas agrícolas llevan siguiendo muy de cerca el impacto negativo que el desarrollo de los biocombustibles está teniendo en el coste global de los alimentos, y consideran que la batalla entre ambos sectores, que hasta hace poco se había mantenido entre bastidores, se ha convertido en protagonista indiscutible de la actualidad.
Cuando el afamado Robert J. Froehlich , presidente del Comité de Estrategia de Inversión de Deutsche Bank, colocó a los sectores de la energía y de los alimentos en el primer y segundo puesto respectivamente en su lista de diez recomendaciones de inversión para el 2008, no pensó bien en las consecuencias socio-económicas que recomendaciones como la suya podrían tener en el mundo entero.
Posiblemente, los cientos de inversores presentes en la charla que Froehlich ofreció el pasado mes de enero en Chicago siguieron las recomendaciones del presidente, sumándose a la corriente imparable de individuos que estos días invierten desenfrenadamente en futuros sobre materias primas agrícolas en el Chicago Board of Trade, CBOT, el mercado de derivados más grande del mundo.
Esta potente corriente de inversión es una de las tres razones, pero no la más importante, detrás de las dramáticas subidas de los precios en el sector de las materias primas agrícolas. Tendencia que fue bautizada en nuestro país por este diario como ‘agflación’.
Aunque la causa fundamental de la agflación sea el progresivo aumento de las clases medias en los países emergentes como China e India, lo que provocó el salto de un 20% en los precios globales de los alimentos en el 2007 fue el aumento de la producción de biocombustibles, generados a base de maíz y de soja. Según el Banco Mundial, como resultado de las políticas de promoción de la industria de los biocombustibles, un 20% de los cultivos de maíz en Estados Unidos y un 68% en Europa se destinaron en el 2007 a la producción de energías renovables.
La batalla sale a la luz pública
Recientemente, varias voces comenzaron a señalar las negativas consecuencias de este súbito aumento de los precios. El Programa Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas, PMA, publicó en su página web un informe sobre el impacto de la agflación en la nutrición de millones de centroamericanos. Según el informe, la ingesta calórica de una comida regular en El Salvador no llega al 60% de lo que era en mayo del 2006. La directora ejecutiva del PMA, Josette Sheeran , concluyó el informe advirtiendo que el mundo está entrando en una “nueva era de hambrunas.”
Pero no sólo en el tercer mundo pueden observarse los estragos de la agflación. En los países desarrollados, grupos de consumidores están comenzando a sacrificar la compra de determinados tipos de alimentos, como la carne fresca, para llegar a fin de mes. El presidente George W. Bush dijo hace unos días que la industria de las renovables se enfrentaba a un nuevo problema: el precio del maíz. “El tema alimenticio y el tema energético van a chocar,” dijo Bush.
Greg Wagner , analista asociado de materias primas para la compañía Ag Resource, una firma de análisis del mercado de materias primas con sede en Chicago, dijo a Cotizalia que la tensión entre el sector energético y el alimenticio lleva sintiéndose desde hace un tiempo entre bastidores, pero que ahora comienza a subir al escenario.
“Hay fuerzas en ambos campos que se están aprovisionando para la batalla que les espera,” dijo Wagner, refiriéndose a los lobbies, especialistas en comunicación o eventos públicos contratados por los dos sectores para defender su posición.
Mientras, compañías como Monsanto o fundaciones como la de Bill Gates están desarrollando nuevas tecnologías que permiten alterar la genética del maíz, de tal manera que se pueda plantar en zonas de sequía donde antes resultaba imposible cultivarlo, según dijo a Cotizalia Joseph L. Parcell , profesor del departamento de economía agrícola de la Universidad de Missouri.
Sin embargo, este tipo de manipulación de los alimentos tiene sus reticencias en Europa. “Si la Unión Europea abriera sus puertas a todas las categorías de alimentos genéticamente modificados, esto le daría un respiro de cara a combatir la inflación agroalimentaria,” dijo Parcell.
En el caso de que los avances en este sector no permitan satisfacer las fuertes e imparables demandas de materias primas agrícolas, Parcell tiene claro que autoridades en el mundo entero terminarán sacrificando el campo de los biocombustibles en favor del de los alimentos. "


Allá va lo que tengo que decir:


Aquí tengo que dar la razón a Hobbes y a su "homo hominis lupus est".
Culpar en exclusiva a las energías renovables de las subidas en los precios de las materias primas agrícolas es, en cierto modo, como culpar a Internet de la existencia de redes de pedófilos. De la ética y el buen uso de una tecnología dependerá siempre su éxito y la minimización de sus efectos nocivos. Eso sí, echar balones fuera es un recurso muy apañado y crea una bonita cortina de humo que permite continuar con el eterno juego de intereses entre bambalinas.
Evidentemente y por desgracia, las reglas-no reglas del mercado marcan las pautas a seguir hoy día en todos los sectores, cuánto más en un sector estratégico como el de la energía, y eso no debe olvidarse ni despreciarse a la hora de innovar.
El despunte de los biocombustibles se debió, en primer lugar, a la necesidad política, económica y de sostenibilidad en el crecimiento (más aún) de los países desarrollados. En un primer momento la intención era, además de beneficiosa en términos de no-dependencia del petróleo, adecuada para el cumplimiento de los objetivos políticos de control del cambio climático, etc., etc. Economía, política y medioambiente dándose la mano. Sin embargo, a partir de ahí entra en juego, como siempre, la picaresca (que no es rasgo endémico de este país), el propio interés y la falta de ética. En el entorno europeo, por ejemplo, quizá por la excesiva ingenuidad y falta de experiencia (malicia) de los expertos en energías renovables que llevaron a cabo todo el trabajo técnico y preparatorio para el desarrollo de las directrices europeas en esta materia (a este nivel los representantes políticos básicamente figuran como elementos del decorado), los objetivos del 10% se quedaron cojos, al carecer de límites legales ante las acciones con las que, por supuesto, respondió el mercado. Ante un objetivo así, tan apetitoso, los grupos inversores no tardaron en darse cuenta de la posibilidad de negocio existente en las energías renovables, más aún cuando ciertas prácticas, al no estar prohibidas, eran perfectamente válidas. Así, por ejemplo, la compra de materias primas agrícolas sin control de la procedencia, capacidad productiva, tipo de cultivo por área geográfica, etc., se convirtió en una de las maneras naturales de abaratar costes en el proceso de producción. La ley de la oferta y la demanda, en resumen, entra en acción sin apenas restricciones, sin atender a las características especiales de una materia prima que es, por encima de todo, alimento.
Como es lógico, pues, se desata una cadena de encarecimiento de estas materias primas (soja, maíz...) y de nociva incentivación al cultivo de estos productos agrícolas para fines energéticos en zonas del planeta donde no son adecuados, de desplazamiento de otros cultivos necesarios para la alimentación básica, de efecto dominó en el encarecimiento de otros productos derivados, etc., etc., etc. A esto habría que sumarle en nuestro caso, además, las nefastas políticas sobre la producción agrícola que se han llevado a cabo en la Europa comunitaria en los últimos lustros.
En el caso de EEUU se complica esta realidad por culpa de un modelo de mercado mucho más liberal y del problema ya existente de los cultivos de maíz y sus patentes, como las de Monsalto, sobre la manipulación genética.
Desregulación y mala praxis. Las pirañas económicas se han lanzado al olor del dinero, se están comiendo la carne antes de que llegue a la olla.
El profesor Parcell, haciendo gala de una mentalidad muy norteamericana, se pregunta por qué no se abren las puertas de Europa, previo pago a las compañías propietarias de las patentes, claro, a los alimentos genéticamente manipulados. Es decir, bajo ningún concepto se plantean la posibilidad de regular el mercado, de modificar el modelo, de introducir cierta ética en la vorágine inversora, poner freno al predominio del éxito económico por encima de cualquier otro interés o necesidad del planeta.
Los biocombustibles se encuentran en un momento muy crítico. Peor aún, la población de los países más pobres del planeta se enfrenta a una muy posible situación de desabastecimiento de alimentos que son básicos para su subsistencia. ¿Se sacrificarán los biocumbustibles en favor de los alimentos? La UE se ha propuesto mantener ese objetivo del 10% a golpe de legislación. Ya veremos hasta donde llegamos.
Si atiendo a la experiencia en la resolución de otras crisis dentro de la economía de mercado, entonces yo, como Parcell, me atrevo a hacer de vidente y pronostico el sacrificio de los porcentajes de biocumbustibles. Ahora bien, mucha pena me da pensar que de nuevo no seamos capaces de controlar la avaricia de unos pocos a favor del bien común

lunes, marzo 10, 2008

Primera valoración a vuelapluma

Tras el resultado de los comicios de ayer, el horizonte de los próximos cuatro años resulta realmente decepcionante. Pierde la democracia y se consolida el bipartidismo, algo muy peligroso, muy poco deseable, para una sociedad que aún pretenda mantener viva la posibilidad del pluralismo político.
La ley D’Hont vuelve a dejar al descubierto un sistema en el que las mayorías quedan reforzadas, los nacionalismos sobre-representados y las minorías prácticamente anuladas, máxime en cuanto fuerzas que deben actuar de contrapeso a la excesiva pérdida de ideología de los partidos aglutinantes. Con el desplazamiento innegable en los últimos años del continuo político hacia la derecha, a día de hoy el supuesto centro político asume como pilares intocables e incuestionables los principios que en otro tiempo fueran exclusivos de los promotores del capital. Si bien haber dejado fuera del poder a una derecha radicalizada puede ser motivo de cierto consuelo, la pérdida injusta de escaños y de grupo parlamentario de IU deja a la izquierda de este país, además de ínfimamente representada, en una difícil situación para el futuro a corto y medio plazo.
Paren el mundo, que me bajo...

lunes, marzo 03, 2008

Sobre Gustav Flaubert...

Permitidme que emplee el primer par de líneas (algo más, que me conozco...) de esta entrada para pedir disculpas a quien se haya acercado a este blog en los últimos días y lo haya encontrado un pelín descuidado, la cama sin hacer, varias telarañas entre las secciones y un dedo y medio de polvo sobre las letras de los títulos. Mi capacidad de trabajo ha estado por los suelos, sumado esto al hecho de que me han apretado un poco las tuercas en la oficina, ¡sinvergüenzas!, y me han enviado toda una semana a hacer un curso para que sea un experto en mi trabajo ¡más sinvergüenzas aún!, y lo digo en serio...

Dicho esto, hay algo que tengo pendiente y que de hoy ya no pasa.
Unos meses atrás hice caso (suelo hacerlo, la verdad) de una recomendación encontrada en el blog de Antonio Jiménez Morato,”Vivir del Cuento”. No sólo compré el libro “Gustave Flaubert. Sobre la creación literaria: correspondencia escogida”, editado por Fuentetaja (el taller de escritura) del que Antonio hablaba entonces, sino que me puse a leerlo inmediatamente (en lugar de someterlo a la lista de espera, una pila inestable y heterogénea erigida sobre mi mesilla de noche, de la que un libro puede salir si coincide con mi capricho del día, o bien puede pasar a sostener al resto de “pacientes” por un tiempo indefinido). Como esperaba, por lo poco que ya sabía del hombre más allá del escritor, tras las primeras páginas leídas, extractos de su correspondencia personal a lo largo de los años (organizados por temas, para mayor comodidad del lector, cosa que agradecí), me encariñe de Flaubert, me sentí cercano a él, atraído por su sufrimiento, por esa sensación de angustia que padecía ante la creación de su obra literaria, por la lucidez de sus reflexiones. A nadie podría engañar, a estas alturas, si dijera que no disfruté también con el desprecio que mostraba hacia la estupidez de la burguesía, de la sociedad adormecida, del hombre moderno. Sin embrago, calculo que un poco antes de la mitad del libro, el bueno de Flaubert empezó a caerme un tanto gordo. Sin restar por ello nada del valor que le di anteriormente a todo lo que el escritor contaba en sus cartas, la repetición plomiza de sus quejas, constante, pesadísima e ininterrumpidamente egocéntrica, me alejó de él, quizá porque me recordaba demasiado a las peores pulsiones de mi propio subconsciente. A mi parecer, tras bambalinas Flaubert llego a ser demasiado Flaubert, un frasco de esencia de perfume derramado por entero, aplicado a manos llenas, algo a la vez magnífico e insoportable. Y en cambio, qué gran autor, que búsqueda de la perfección literaria, qué obra más insuperable logró dejarnos. ¿Fue su angustia y aflicción, acaso, el tributo que debía pagar para alcanzar la genialidad? Sinceramente, creo que sí. Al igual que otros grandes autores (quizá sea Kafka el ejemplo más conocido), el sufrimiento, el desasosiego interior, el contacto directo y prolongado con uno mismo, con su sujeto, se convierte a la vez en chispa y alimento de las llamas de la creación literaria y del propio infierno del autor. Conocer este lado personal del escritor es, en cierto modo, conocer un poco la profesión, la forma de vida, las pasiones y contradicciones a las que se enfrenta el artista. Me parece muy interesante mirarse en el espejo de otro ser humano en busca de un cierto grado de verdad, en el espejo de otro hombre que sufre y escribe, escribe y sufre por ello... cuánto más si ese hombre es uno de los grandes escritores de todos los tiempos, por mal que le pueda caer a uno, cuánto más si con respecto a nosotros está a años luz en tanto que artista, pero tan próximo como mortal.
¿Es imperativo separar al hombre de su obra?. Para mí, por un lado, conocer los conflictos del escritor significa realmente profundizar en el leit motiv de su escritura e incluso en las raíces de la literatura con mayúsculas. Flaubert, Kafka, Proust…, la subjetividad de su existencia enriquece, sin duda, su obra literaria; pero también nos enriquece a nosotros en cuanto que lectores, escritores, expedicionarios de la verdad del ser. Sin embargo, he de reconocer que aquí hago frontera con un conflicto moral. Hacer pública la correspondencia de Flaubert (así como con los diarios de Kafka, por ejemplo), supone un cierto grado, nada despreciable, de violación de su intimidad. ¿Hasta qué punto estamos autorizados a ello? ¿Hasta qué punto se puede justificar el querer llegar más allá de donde el propio escritor nos dejaría mirar, si aún pudiera hacerlo? Por ejemplo, en este blog critiqué en su día la decisión de la viuda de Carver de sacar a la luz no sólo textos que el propio Carver no había querido publicar (cada cual tiene sus motivos), sino que algún tiempo más tarde decidió mostrarnos cómo eran sus borradores, cómo eran sus escritos antes de pasar por las manos (la pluma también) del editor.
Esa sensación de ayanador de la intimidad la arrastré durante toda la lectura de las cartas de Flaubert y, sin embargo, cuánto las disfruté...

Frase de hoy

"Las palabras que prefiere el hombre corriente son las que permiten hablar sin tener que pensar". Dashiell Hammett.